La libertad otorgada a los seres espirituales desvirtúa, si abusan de su libertad, la determinación y los fines para los cuales fueron creados y sólo ahí está la mentira y el mal. La libertad es la posibilidad de actuar en contra de aquello para lo cual un ser fue creado y así pervertir el orden, equilibrio y armonía del universo en general.
No se puede ver la verdad en una de sus partes, como es la que algunos de nosotros desarrollamos o tratamos de cumplir. La verdad es algo global en toda la dimensión de existencia de TODO. Es la adecuación entre el fin para el cual un ser fue creado y la actuación en el desarrollo de ese fin, de manera perfecta, en la dimensión de su ser.
Ahora bien, al existir seres que pueden “pervertir” los fines para los cuales fueron creados, sucede una alteración que afecta a lo que hacen y crea una dinámica de “vida” diferente y obstaculizante del desarrollo normal de algo de lo creado.
Como seres no absolutos, lo parcial, aunque verdadero, no es total y esto determina la dinámica del conocimiento humano. Pareciera que hay una oposición en nosotros para reconocer, lo dicho antes, como algo real y válido; queremos ser y conocer de manera inequívoca la realidad y a nosotros mismos; pero no es así, verdad si hay en nosotros, pero absoluta en ninguno y si la verdad no es absoluta no es total y si no es total es parcial, sin por ello ser necesariamente falsa. La estimación máxima de la verdad en nosotros, deriva de dos fuentes principales: la adecuación entre las cosas y la captación de ellas en concordancia con el intelecto y la intuición del Espíritu de Dios en nosotros, cosa muy personal y limitada, que nos enseña la verdad de aquello que Él quiere que conozcamos. Ambas formas de verdad en nosotros son válidas y legítimas, pero la segunda, por ser una singularidad personal, es difícil de distinguir en su dimensión de verdad y sólo se comprueba por la realización de su contenido, a veces, en el tiempo y el espacio. Por ejemplo, las profecías que se cumple a su debido tiempo. La dificultad, en esta dimensión de la verdad, es que para quien no recibe esta “iluminación” le resulta imposible de corroborarla y se cree por un simple acto de fe en la persona que la emite. Cuando lo enunciado se cumple, se puede observarse su adecuación con la realidad y esto es su prueba a nivel humano. Así que la dimensión normal de verdad en cuanto seres humanos, deriva principalmente de la “adecuatio” aristotélico-tomista; la cual en términos modernos se conoce por el método científico y más específico por el principio de objetividad. (1)
La verdad tiene una dimensión absoluta, pero no para nosotros. Es absoluta en cuanto si misma pues es la Verdad de Dios; pero para cada uno de nosotros es limitada. Podemos conocer que hay una dimensión total o absoluta tanto cuanto lo cognoscible nos depasa de manera total; pero no captar sus dimensiones particulares y totales. Estamos en un infinito océano de saber que nos rodea, pero no podemos penetrar en cada una de sus dimensiones ni de manera imaginativa. Así enfrentamos a cada instante nuevas situaciones, conocimientos y vivencias y modificamos nuestra conducta y nuestros actos de acuerdo a lo percibido, aunque no en todos los casos. La verdad de todo sólo Dios la posee y nada ni nadie, sólo Él, puede penetrarla en su totalidad.
En cuanto a la negación de la existencia de esa Verdad absoluta, es solamente nuestra limitación y el deseo de ser el centro del universo y del conocimiento lo que la niega, pues muy bien sabemos, los que piensan correctamente, la limitación impresionante en la cual existimos. Es tanto lo que asumimos por los sentidos y lo que no vemos o sentimos todos que la realidad de lo total es perceptible pero no asumible ni conocible. La “necesidad” psicológica de seguridad, nos impide aceptar humildemente nuestra limitación y buscamos ser “absolutos” sin serlo; con lo cual hacemos “absolutos” a nuestra medida y queremos que lo sean para todos, aún imponiéndolos a la fuerza. De aquí las tiranías de todo tipo que algunos seres descentrados y llenos de soberbia, pretenden imponer a los demás con las consecuencias previstas y previsibles.
¡NO SOMOS SERES ABSOLUTOS Y NO HAY MANERA DE SERLO AUNQUE QUERAMOS! ¿O pensamos que lo podemos ser? En nuestra realidad de ser; en nuestra dimensión de ser, no alcanzamos, ni nunca alcanzaremos el atisbo somero de lo que ES. Cuanto más nuestra sabiduría será limitada a lo que podamos saber y esto es casi nada comparado con lo infinito del ES. Así somos, pero somos y SER, es un don tan inestimable que nadie esperó, porque no era, ni ninguno de nosotros comprende ni sabe exactamente que es SER.
La Verdad es el ES y nadie sino ÉL tiene acceso a ella. Nuestra verdad está limitada a aquello que podemos conocer por nuestro “sistema” imperfecto y limitado, pero válido, de conocimiento.
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