
Al
conocer, determinamos en nosotros, en nuestra inteligencia y
espíritu, las realidades que están a nuestro alcance; a la vez nos
definimos y definimos la realidad que nos rodea, en la forma cónsona
con lo obtenido al conocer y conocernos. Esto forma la verdad
parcial que nos define a cada uno; y es, también, pensamiento y
definición en todo ser humano individual. Y a la vez, determina las
acciones que llevaremos a cabo de una u otra forma: pues cada ser reacciona a la interacción con la realidad, de la manera en que está
definido. Pero ello no significa que la verdad sea nuestra, sino que
está determinada por un conglomerado de hechos, acciones,
situaciones y compañías humanas, las cuales han “condicionado”,
de una u otra manera, nuestro ser y, evidentemente, nuestro hacer. La
verdad, en nosotros, es limitada y no sólo eso, sino también
inestable en la medida que estamos sujetos y propensos a interpretar
la realidad de manera falsa y engañosa; la verdad a nivel humano
está sujeta a la voluntad de bien y veracidad que habita, como
definición de vida, en cada uno de nosotros en un momento dado. La
“definición de vida” son posiciones personales de nuestra
voluntad que nos permiten, o así lo creemos, interaccionar lo más
convenientemente posible, a nuestro parecer, con lo que nos sucede.
Pero, así mismo, hay que destacar la uniformidad de definiciones que
una determinada sociedad, hábitats, ciudades o pueblos, han
“sembrado” en nuestra percepción de la realidad y de lo real,
haciéndonos, en mayor o menor medida, definirnos de acuerdo a sus
postulados. Esto, sin embargo, no quita la libertad de la
inteligencia y nuestra capacidad, curiosidad o discernimiento, para
optar, por otras definiciones más cónsonas con nuestras inquietudes
de todo tipo; de ahí que las sociedades no puedan, deben ni son
inmutables, ya que están compuestas por personas que viven y piensa
de acuerdo a una serie de factores innumerables que, a Dios gracias,
permiten, hacen y establecen diferencias con las premisas dadas,
inducidas o impuestas. Somos seres de cambios y de novedades;
nuestros pensamientos son siempre diferentes aunque puedan ser
similares: nadie piensa lo mismo de la misma manera ni siquiera
dentro de sí mismo. En otras palabras, hasta nuestros pensamientos,
sentimientos e ideas, son diferentes a cada instante; entendiendo por
diferentes, la mínima percepción que no corresponda exactamente a
la anteriormente percibida. Heráclito ya había adelantado está
premisa, pero refiriéndose a la parte material del universo; sin
embargo, no lo había extendido a la parte del conocimiento en
nosotros mismos, es decir en la persona humana. Tal determinación en
la naturaleza, tanto física, como vital, como humana, se debe a que
lo material está formado por compuestos de partes que se unen con un
fin común y no mantienen en todo instante, un comportamiento único,
siempre idéntico al anterior, ya que, el tiempo y el espacio lo
hacen, quieran o no, ser diferente. En caso del único elemento no
material que podemos conocer: el Espíritu Humano inmortal; su
movilidad, depende no del compuesto material que no tiene, al ser
energía pura, sino de la limitación en cuanto a su perfección como
ser, al no tener la dimensión de plenitud Espiritual, sólo propia
de la Divinidad. Ya que aspirará siempre, a llenarse de lo que
percibe en la dimensión divina; pero como Ella es infinita, nunca
llegará a llenarse de manera total y siempre estará creciendo en la
dimensión de aquello que le depasa infinitamente; lo cual implica,
por sí mismo, cambio. Lo único en el SER que no cambia pues es TODO
lo que ES, es DIOS, y Él está en todo lo que ES sin serlo, en la parte de su creación (misterio de misterios). Y aquí nuestra pobre inteligencia tropieza con
todos los peros y por qués de nuestra inmensa limitación ante la
realidad sin fin del SER. Evidentemente tal dimensión nos resulta y
está, más allá de nuestra capacidad, de una manera inmensa y
parece que nos descorazona y optamos por, dejarla a un lado o bien por
movernos en otras dimensiones más cónsonas con nuestras
capacidades. Pero esa realidad, es LA REALIDAD, lo queramos o no y
tarde o temprano, nos enfrentaremos a ella y lo que parece imposible,
se convertirá en factible y en posibilidad infinita de felicidad y
conocimiento, pues el conocer hará que nuestro existir tenga la
dimensión de “siempre nuevo” a la cual estamos llamados y
formados para ello. Lo anterior es y se producirá cuando estemos en
el otro plano de nuestra realidad posible, mientras estemos aquí, es
necesario la interacción con la “verdad” es decir realidad
limitada de las cosas y los seres que conocemos por nuestros sentidos
de una y otra forma. Así se producirá el “conocimiento”, más o menos extenso, de la realidad de los seres creados y nuestro “dominio”
sobre ellos.
Todo lo bueno viene de Dios. Somos peregrinos del infinito en esta tierra de bienes y males; peero cuando lleguemos al destino estaremos en la dimensión para la cual fuimos creados. Alli, "no habrá más llanto ni dolor ni lágrimas pues el primer mundo ha desaparecido" (Apoc. 21:4)
ResponderEliminarSaludos
Jorge A Lastra