Conocer es “incorporar”, hacer cuerpo, que algo adquiera ser, en nuestra mente, una entidad que no estaba en ella antes. Esta entidad es propia y exclusiva de cada uno de los animales “mentaloides” que la forman en si. Pero a la vez tiene similitudes con las “incorporaciones” que pueden actualizar en su mente cualquier animal que tenga la misma capacidad; dichas entidades son llamadas imágenes y tienen características derivadas de la manera como cada sentido, en cada individuo y en cada especie son concebidas. Por lo tanto lo conocido está contenido en algo, sea en las neuronas, sea en el espíritu. La imagen contenida en las neuronas es una dimensión de orden químico y eléctrico, los conceptos del espíritu son de otro orden. Y si bien los conceptos pueden formar imágenes y de las imágenes se derivan conceptos; unas y otros son procesos diferentes. En la imagen se percibe lo semejante, en el concepto lo universal. Lo semejante está en lo material, son determinaciones en las imágenes con ciertos parecidos; en el concepto se extrapola en función de un todo común y se tiene por válido en cada una de las imágenes similares que la realidad puede poner a nuestro alcance. Pero la esencia de la diferencia, entre los seres mentaloides animales y humanos, reside realmente en la captación consciente de los conceptos en nuestra interioridad. En lo humano la dimensión espiritual permite: “volverse sobre si mismo” reproducir conceptos en nuestra interioridad con dimensiones nuevas y recrear situaciones y parámetros hechos a nuestra medida y con características diferentes cada vez. Esto conlleva la realización de “mundos” personales, sociales, utópicos, filosóficos, científicos etc. aceptados, repetidos, determinados y determinantes para los individuos, las sociedades o la humanidad.
En la realidad de cada especie, las imágenes son prioritarias y dependen de los instintos o del espíritu, en el caso del hombre. Pero tienen validez en la medida que los otros miembros del grupo las acepten o copien. Sin embargo, en el caso de los conceptos, la validez de ellos, aunque pueden ser “forzados” e impuestos por los diferentes tipos de presión personal, grupal o social; la verdadera validez de ellos se derivará de la concordancia de un concepto con los parámetros innatos que posee el espíritu. De aquí que la imposición meramente grupal, de conveniencia o social de un o unos conceptos, no tendrá valor sino en la medida que sea consecuente con la dimensión de este. Lo que en términos humanos llamamos: moral, se deriva de esta concordancia. Cuanto más un concepto encaje en la estructura del ser espiritual, mayor será la cualidad o “santidad” de dicho concepto. Pero esto es otro tema y por el momento no lo seguiremos.
Como se puede percibir, las imágenes forman sociedades aptas para desarrollarse, vivir y prosperar en un medio dado; pero los conceptos conllevan, además, la adecuación con la interioridad del ser que forma a la persona. Y así como cuando en una sociedad un individuo no cumple los parámetros propuestos por la mayoría o el elemento dominante, se sigue un castigo o hasta la expulsión del sujeto fuera de la comunidad; en la persona, cuando sus conceptos contradicen la esencia del espíritu, ésta está fuera de si, es decir sufre de una enfermedad interior que puede destruirla y causar daño a los que la rodean, no sólo en lo espiritual sino en el mismo orden material.
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