El
conocimiento técnico tiene dos vertientes: de un lado el conocimiento
práctico y del otro el conocimiento científico. La técnica se desarrolla
en y por la práctica, al determinar acciones mediante el uso, la
repetición de una manera usual y continua de hacer algo. Por la ciencia
se realiza la técnica, siguiendo los principios y leyes que determinan
un conocimiento más amplio y global de la naturaleza. En ambos casos las características de la técnica son similares, si bien sus bases son distintas.
La
técnica derivada de los usos de la práctica es determinada por un
maestro o artista, cuyas experiencias han sido positivas en el
desarrollo de alguna forma de fabricación para uso externo: el caso de
los violines de Stradivarius o Guarnieri los cuales siguieron pautas
marcadas por los maestros. En la antigüedad esta forma de aprendizaje
técnico era común; y sólo en casos aislados se emplearon conocimientos
científicos profundos para realizar obras técnicas: el caso de la
fabricación de barcos con el principio de Arquímedes; la construcción de
edificios y templos mediante las matemáticas etc.
La
técnica es propia de sociedades avanzadas, lo cual no quiere decir que
el conocimiento técnico no haya sido empleado por los hombres del
neolítico; éstos hacia hachas, lanzas, flechas etc. que eran derivados
de conocimientos técnicos primarios, pero corresponden a la fase inicial
de dicho conocimiento. Sin embargo, la técnica del “homo industrialis”
dista un “mundo” de los primeros albores de la técnica del “homo faber".
El
conocimiento técnico es acumulativo, se pasa de generación en
generación mediante diferentes maneras de transmisión oral o escrita;
tiene reglas fijas pero no absolutas y cada “maestro” las enriquece y
cambia de acuerdo a su manera de concebir el producto a realizar.
Es
un mundo complejo y cambiante donde se percibe la “opus máxima” de la
fabricación de formas materiales en el ser humano. Tiene tal capacidad
de “creación formal” que sus obras derivadas, son verdaderas formas de
arte en: tejidos, maquinarias, transformaciones de la biología,
productos de consumo en general y tantas y tantas formas sofisticadas y
desconocidas hasta el momento de su aparición que dejan boquiabierto a
quien no las haya conocido antes de su gestación.
La
verdadera fuerza intrínseca de los seres humanos, en cuanto a su
realización de cambio estructural de lo natural, pasa por el
conocimiento técnico y sus realizaciones de todo genero que hacen la
vida más fácil y estrecha el mundo a nivel de unas cuantas horas de
tiempo; y en cuanto a las posibilidades de comunicación es casi un
milagro las transformaciones inventadas. Quien se podía imaginar la
visión de cualquier acontecimiento en cualquier parte del mundo casi al
instante de producirse? O como ver a luna y Marte en directo en su misma
superficie? No parecía posible hace unos años y hoy lo “imposible” se
vuelve realidad. Pero no hay que olvidar el sustrato donde se asienta
todo lo que la técnica hace: la realidad de los seres donde los hombres,
mediante su técnica, dispone con un alto grado de libertad. Nada
técnico es posible si la preexistencia de las cosas y los seres, la vida
y las leyes naturales no existiesen; de aquí el cuidado que se debe
tener al hacer afirmaciones sobre “el poder” del hombre: “nihil sine
entia”, nada sin los seres; no se puede hacer nada si no está
previamente el ser; y el Ser no lo hacemos nosotros nos es dado. Esto
que es tan obvio, es necesario recalcarlo porque se prescinde de algo
tan elemental cuando se razona en la abstracción mental de las ideas
humanas. Tenemos necesidad de hacerlo notar una y otra vez, para no caer
en el juego mental de los raciocinios vacíos de contenido real y
basarnos nada más que en aquello que luce “bonito” o deseable en nuestro
discurrir racionalista.
El
conocimiento técnico no tiene mucho de racionalista y todo de racional;
es pragmático inmediatista y realista. Desarrolla nuevas formas de
armonizar las cosas y la materia y hace máquinas “inteligentes” que
demuestran la asimilación que el hombre puede hacer, de sus
características fundamentales, en el entorno natural donde vive.
Si
algo ha contribuido a obtener una vida física más cómoda, higiénica y
“feliz”, eso, ha sido la técnica humana; prepara las cosas para ser
utilizadas de manera que facilite el trabajo y el movimiento con ellas.
Tiene la capacidad de hacer la vida menos ingrata y nos da posibilidades
de traslado, comunicación y negocios insospechadas hace medio siglo.
Pero
lo humanamente “esencial”, en la técnica, es que la vemos, la sentimos, la usamos y la
vivimos de forma casi inmediata en el desarrollo diario de nuestra vida.
La técnica nos envuelve de una manera constante en el trascurrir del
día a día; los automóviles, los cientos de maquinas que usamos, los
productos que compramos, los libros que leemos, la radio, la televisión y
un larguísimo etc. hace de nuestro “pasar” un continuo alarde de
elementos técnicos. Es por eso que pareciera omnipresente y
omninecesaria, pero en realidad es el espejismo del desierto espiritual
en el cual nos movemos. Nuestro ser físico, síquico y espiritual, vive
por otras causas, es por otros seres, se realiza en otras dimensiones de
ser. Físicamente somos y continuamos siendo por la “madre” tierra que
gira, recibe el sol, nos arropa y protege con la atmósfera y miles de
fenómenos conocidos y desconocidos; los cuales, si no
se estuvieran dando en cada segundo, desapareceríamos. Síquicamente
necesitamos de los otros seres humanos, sin los cuales caeríamos en la
más espantosa soledad y desesperación: “nos es bueno que el hombre esté
sólo” (Génesis 2: 18-20), dice el Libro; los necesitamos para amar y sentirse amado, por
eso cuando nos desprecian nos hacen daño y cuando despreciamos nos
sentimos culpables. El amor es el culmen del espíritu, por eso la
definición suprema es: “Dios es amor”(1 Juan 4) y nosotros, creados a su imagen y
semejanza, somos también amor; pero el amor trasciende lo vivido y, al
ser vivenciado y sentido, es esencia de ser inmortal, inmaterial y
única; no cabe en palabras, sólo ES.
Pero
la técnica está en otro nivel, es servidora de las necesidades físicas
del hombre, está hecha en función de su vida aquí, en la dimensión del
planeta tierra; sustenta y facilita la mayoría de las cosas que el
hombre hace y como producto de la lógica, de la realidad y del
aprendizaje, tiene características de desarrollo uniformes. Es en
principio observación y captación de la realidad circundante; es prueba
de ensayo-error continuo, hasta conseguir la respuesta adecuada a un
problema dado; es trabajo manual e intelectual hasta lograr lo mejor en
lo que se pretende hacer; es hábito y repetición de formas y maneras
hasta lograr la más perfecta; y es, finalmente, fijación de formas y
maneras para lograr, una y otra vez, los mismos resultados optimizándolos,
si se puede.
El
ser humano ha desarrollado innumerables obras técnicas, cada vez más
especializadas y extrañas a la realidad natural, pero siempre útiles
para los fines que se pretenden conseguir; ha puesto su capacidad de
curiosidad e inventiva al servicio de logros, en las formas materiales,
que ayuden y hagan la vida en la tierra lo más favorable posible y lo ha
conseguido con creces.
El
conocimiento técnico es de una riqueza y variedad impresionante; va
desde un simple palillo hasta una compleja computadora para determinar
el futuro de los fenómenos meteorológicos. Parece poder hacer todo, si
se lo propone: desde enviar hombres a Marte, la luna es ya nuestro patio
trasero, hasta penetrar en las profundidades abisales del mar. ¿Dónde
está su límite? Y, sin embargo, el poder que otorga al hombre no siempre
lo emplea para beneficiarlo; nuestro afán de dominio, de imposición al
otro de nuestros sueños y deseos, hace que el “Poder” de unos pocos se
sobreponga a la voluntad de paz de muchos; se hacen armas cada vez más
destructivas, cada vez más letales en términos de vidas humanas y se
juega a la guerra con los elementos creados por esa misma técnica que
ayuda, en la paz, a una vida mejor. Hay “algo” en el hombre fuera de
contexto: por un lado inventa para vivir mejor y por el otro fabrica
para destruir más rápido y violentamente; deshace con la mano izquierda
lo que hace con la derecha.
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