Sin embargo, la complejidad de su elaboración, “esconde” una interrogante
mayor: ¿qué elemento, substancia o parte del espíritu humano, permite “elevar”
a un nivel desconocido en lo material, las imágenes modificadas de las cosas
vistas, oídas, tocadas o sensibles en general? Santo Tomas de Aquino, siguiendo
a Aristóteles, habla de dos intelectos en el “anima humana” el intelecto
paciente y el intelecto agente. El primero recibe y conserva las imágenes, es
una especie de memoria intelectual de ellas y el segundo, “ilumina”, dichas
imágenes, con una “luz” especial que “forma” una idea de ellas diferente a su
“luz” de entendimiento natural. Esta idea es de naturaleza diferente a
cualquier proceso de formación “idearia”, que exista en los seres
“cognoscentes”, salvo en el ser humano. De aquí las ideas, por ejemplo, de
belleza, sencillez, humildad, grandeza de espíritu, honor, pureza de alma, etc.
que siempre son debatidas e interpretadas con un marcado acento subjetivo. Pues
la “iluminación” de dichas ideas, al ser producto de mentes diferentes, son
interpretadas dentro de su contexto vital, social o individual. Sin embargo, su
génesis debería ser, sino la misma, al menos de semejanza y precisión parecida.
Al no suceder así podemos conjeturar la intervención de un factor
distorsionante que hace de la interpretación “idearia” una torre de babel
intelectual. Este factor puede denominarse: “mal”, “demonios”, “voluntad
torcida”, “pecado original”, y una serie de denominaciones hechas “ad hoc”,
para enfatizar las diferencias entre las diferentes interpretaciones de los
seres humanos, con respecto a las ideas de carácter espiritual que poseemos. Aun
así, lo que separa al hombre de los animales, es esa secuencia inmensa de
CONCEPTOS que pululan por nuestra mentes, en un desorden más o menos
interpretable y que fomentan los desequilibrios en nuestro interior; así como
entre todos nosotros: las diferentes sociedades humanas y las diferentes formas
de vida, intereses y costumbres, heredadas de generaciones y generaciones
anteriores a las presentes personas y formas vitales. Pero lo que conviene discernir
aquí, es la diferencia entre las formas de vida, costumbres, técnicas y maneras
de entender la naturaleza y lo material, con las ideas dogmáticas y
seudoespirituales que manejamos, de una manera autárquica e irresponsable,
desde que empezamos nuestra caminata sobre el mundo. Las fantasías espirituales
que forman muchas religiones, son producto de este esfuerzo, intelectual,
espiritual y fantasioso que conllevan creencias en seres inexistentes,
“creados” por mentes ignorantes, débiles, interesadas o enfermas, a través de
los milenios. De aquí el desprestigio de lo religioso como fantasías humanas,
hechas para engañar sobre la realidad de aquello a lo cual no podemos acceder
de manera sensible. De igual manera la “polución” de “castillos” de sistemas
ideales e irreales, suedoreligiosos, religiosos, suedopolíticos, políticos y,
en general, de formas de vida adaptadas a cualquier necesidad espiritual
distorsionada, derivan de la acumulación de esas ideas, extrapoladas por la
fantasía, de realidades verdaderamente existente. Complejidad que ocasiona
guerras, matanzas, odios, egoísmos y toda una panoplia de males que nos
destrozan y zarandean cada día, tanto a nivel físico, como sicológico y
espiritual.
Cada ser, cada uno de nosotros los vivientes, añade algo, más o menos
grande, al conjunto de actos válidos y no validos con los que la biosfera
interacciona consigo mismo y con la realidad que nos envuelve. Esto es la “plusvalía”
que la vida proporciona a la creación material. Así mismo, en el plano
espiritual, las ideas y el conjunto de pensamientos, voliciones, deseos y actos
que realiza la parte humana de la biosfera, desarrollan la plenitud de lo
creado en el otro plano de la existencia: el espiritual. Y como sólo el hombre
y los ángeles tienen la potestad de la libertad que les permite ir en contra de
lo creado, es, en este plano de la existencia, donde el mal puede incrustarse y
perpetrar el crimen de su propia autodestrucción, tanto en lo material como en
lo transcendente. En términos religiosos, éso se llama pecado, y, no es ni más
ni menos que, sabiendo lo que es conveniente y bueno, por
puro orgullo de preminencia y rebelión interna, primigeniamente y
conscientemente, desechamos lo conveniente y hacemos lo destructivo, aquello
que no puede realizar la plenitud de nuestro ser.
En el plano de la infinitud del SER, en quien es SER por si mismo, la
dimensión de todo lo creado es una ínfima parte de su dimensión de SER; por ser
ésta INFINITA y aquella ajena a Él, tanto cuanto no forma parte de su SER INTRÍNSECO.
Pero, como ha sido asumida por Él, como parte inabsoluta y en proceso de
realización; los seres espirituales, tanto cuanto le fueron dadas las
condiciones de enriquecer su ser con pasos sucesivos de interacción, bien sea
con el ser de las cosas materiales, como en su definición libre, personal y
conscientemente voluntaria, de su perfección o “internación” en la voluntad y
“ESENCIA de SER” de la Divinidad; pueden y deben, dichos seres, utilizar su
libertad para conseguir la realización de su ser en el Absoluto infinito del
SER DIVINO. Pero también, mediante esa libertad mal ejercida, puede alejarse,
recluidos en si mismo, de la Voluntad Divina y “escapar o esconderse” de su
unión con dicha Voluntad, en la finitud y fragilidad de su propio espíritu,
pequeño e inmensamente limitado. He ahí la verdadera dimensión del mal que
asola a la humanidad y a toda la creación. Pudiendo y habiendo sido creados,
los seres espirituales, para “entrar” en la dimensión de infinitud de la
Divinidad, se apartan de su verdadero destino y fijan metas de realización,
tanto humanas como espirituales, lejos del SER INFINITO que puede “alzar” su
dimensión hacia aquello donde no tendrá fin su realización como personas.
Tragedia del mal, consecuencia de la perversión de lo más puro, simple y amable
de su dimensión, cifrada en amor, que tienen los seres creados con espíritu;
“gotas” de inmortales dimensiones que sólo pueden consumarse, a plenitud, en la
infinitud de “QUIEN ES POR SI MISMO”; ya que no hay otra esencia que puede
realizar y llenar, el ansia de amor con la que fuimos creados. Sólo un ser
absoluto, puede colmar el anhelo de infinitud que nos empuja hacia la totalidad
del ser y llenar nuestra limitación con su ilimitada dimensión de SER. Cualquier
otro “espacio de ser” no satisfacerá jamás, nuestros deseos y apetencias de
AMOR, pues ningún otro “espacio de ser” es absoluto.
En todo esto se destaca la potencia de ser de los “seres ideales”, ya que
es en ellos, donde principia nuestra responsabilidad de la dirección que
impartimos a nuestras vidas, actos y obras; pues, los seres espirituales,
tienen libertad en consonancia con su potencia de ser no material que les ha
sido otorgada. No así los seres vivientes, puramente materiales, que están
sujetos a las condiciones del medio donde se realiza su vida y a las
determinaciones y limitaciones de su herencia genética, en el desarrollo de sus
cuerpos físicos.
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