CAPÍTULO IV
EL CONOCIMIENTO DE SÍ MISMO Y DE LA
VERDAD
Γνῶθι σεαυτόν, transliterado como (gnóthi seautón).
Inscripción en el templo de Apolo en
Delfos que era el gran templo de la
adivinación en Grecia y cuyo significado: “conócete
a ti mismo”, ha sido transmitido de generación en generación como una
máxima filosófica por excelencia. Sócrates fue el gran emulador y cultor de
este aforismo y todo su “hacer” filosófico ronda por esa dimensión de
autenticidad que él buscaba en cada ser humano.
¿Pero que significa conocerse a sí
mismo? Conocer es hacer cuerpo en el “espíritu” de aquello que nos rodea o está
dentro de nosotros como son las ideas; pero también la intuición muchas veces
rápida e instantánea de nuestro “ser en MÍ” ósea de la percepción “de que soy”.
El conocer de lo externo a mí mismo, como venimos explicando, se realiza de
diferentes maneras y métodos; pero el conocimiento “en mí” es algo diferente y
requiere de una cierta madurez y edad cronológica para ser “penetrado”. Sabemos
lo que “sentimos”, podemos pensar sobre lo pensado, analizamos la conveniencia
de nuestros actos y podemos describir nuestros sentimientos y justificar nuestras
acciones; pero “captar” el sustrato que subyace tras nuestra aparente
“transparencia interior” es otra cosa. Conocemos nuestra “manera de ser”,
“nuestro carácter”, hasta las razones últimas de la conveniencia de algunos de
nuestros actos; sin embargo las razones primarias, “espirituales” que, queramos
o no, están involucradas, se nos escapan. El espíritu ES y “ES” es dimensión
vital sin aparente relación con “gnóthi” (conócete) como lo entendemos
corrientemente; Ser no es tan siquiera “palabreable” no puede ni tiene dimensión
de conversión en idea, sólo ES.
En el “ES” se está, no se piensa,
permanecemos, no lo hacemos, nos contemplamos, no lo definimos, somos, no
sentimos; “soy” sin principio ni fin aparente. Lo que acabo de escribir no es
“ES” puesto que son palabras. Pero para “llegar” de alguna manera a la mente de
quien no lo "ha vivido”, se emplean “términos” pues no hay otra forma de
transmitir “ES” sino de esta manera. Sólo existencializándolo, se puede estar
en “ES” y a ello llegan pocas personas.
En el “conócete a ti mismo” están las
definiciones de nuestro ser (mi yo) con respecto a lo que “acontece” “fuera de
sí”, tanto interno como externo. “YO” percibe su entorno, interior y exterior y
de acuerdo a sus circunstancias me defino en determinaciones racionales,
emocionales, o vitales, en un continuo pasar por el tiempo y el espacio; esto
va “haciendo” mi “ego” aquello que me prefija ante la realidad total, en un
lugar físico, sicológico y social; y a
la vez “condiciona” mi “ser”, mi yo, de acuerdo a la captación de mis
circunstancias; esto forma lo que llamamos: personalidad, y se realiza en el
tiempo y el espacio, de acuerdo a un cúmulo inmenso de circunstancias y actos
que su transcurrir le presenta,
Es en las definiciones donde está el
problema de cada persona humana, en ellas se percibe la pequeñez, miseria,
grandeza, caridad, santidad o maldad de cada ser humano. En ellas se conjuga el
pensar y hacer de cada uno: la locura, la riqueza de espíritu, la pobreza
material o espiritual de la persona; pero toda definición es posible cambiarla,
la “metanoia”, refleja la libertad que posee el ser humano para cambiar de
conducta y hacerla cónsona con la realidad del ser que somos o bien negarlo y
caer en la trampa de la “doxa” (la opinión) de la racionalidad limitada y
limitante de tantos seres que viven fuera de si mismos, en un continuo hacer
para la nada, un vivir para lo que debe dejarse y desaparecer: para lo pasajero,
limitado y compuesto de partes destinado a volver a su no ser, porque es forma
compuesta de muchos seres.
Existe la paradoja de ¿qué es primero la
definición o la existencia de aquello que la permite? En el ente animal el
cerebro las redes neuronales y todo el complejo mundo del órgano cerebral, van
primero, es decir necesitan estar para definir, en apariencia lo mismo sucede
con el ser humano; pero en este la elevación de sus categorías a un plano que
no es meramente físico, conlleva la incorporación de sus definiciones a un
nivel donde lo meramente físico no procede. En el ser humano la absorción de
las ideas esta en el nivel espiritual y es allí donde radica el “YO” o lo que
llamo “ES”. En la animalidad eso es parte de un conjunto de definiciones cerebrales
que forman ciertas características del individuo animal; dado que el hombre es
también animal, las mismas características se dan en él, pero la conciencia de
su existencia como “ES” no la tienen los animales. La complejidad y la tenue
línea, aparente, de separación entre el yo definición del animal y el “ES” del
hombre, subyace más allá de esa línea, por eso es tan difícil de penetrar en
él, tomar conciencia de su existencia; pero está ahí, no es una idea imaginaria
ni un querer que sea porque sí; el “ES” tiene realidad de ser en si mismo y eso
determina mi estar y ser aquí y no sólo lo material. Si fuéramos solamente una
definición de nuestro cerebro, nada de lo moral ni metafísico tendría sentido y
deberíamos comportarnos, como animales inteligentes que sólo buscan su propia satisfacción
individual; como de hecho está sucediendo, con las consecuencias
que vivimos. Pero el ser humano, a través de gentes como: la madre Teresa de
Calcuta, el padre Pio, San francisco de Asís, Teresa de Ávila y tantos otros, nos
dice que la dimensión humana tiene una determinación que va más allá de lo
meramente físico y por ello hacen las obras que hacen. Lo mismo puede decirse
de Buda, de Gandhi y de tantos otros que han sabido llegar al nivel donde el espíritu
eleva a la materia más allá de su parte afectiva primaria y convierte al ser
humano en ejemplo e imagen de Dios. La dimensión del “ES” sitúa al hombre
sobre la animalidad y le permite acceder al pináculo de la creación material
que él es.
Sócrates fue el gran cultor de la sentencia
del oráculo de Delfos; en numerosos diálogos de Platón manifiesta su fuerza y
verdad; es la capacidad de buscar en los entresijos de las mentiras humanas,
mediante el método que Sócrates llamó “mayéutica”, aquello que es lo
verdaderamente “real” en nosotros y no las invenciones de nuestra mente, la
mayoría de las veces enfermas y despreciadoras de lo justo, bueno y verdadero.
Pero, para que las definiciones humanas cumplan con estos requisitos, deben
estar acordes con la “dimensión de verdad, bondad y amor” que posee nuestro
“ES”; estas determinaciones no son definiciones, son la “substancia que forman
nuestro ser, son en el “ES” su “argamasa”, aquello que lo constituye como a un
puente romano las piedras. El “ES” tiene como “substancia” lo bueno, lo
verdadero y el amor. Otra cosa son las formas y maneras de colocar las piedras,
esas son las "modulaciones determinativas" de nuestro ser; pero tambien, los elementos, cosas y
gentes que cruzan el puente, esos son, a nuestros “ES”, como las “verdades” de
cada día que nos vienen dadas por los demás de una forma u otra, es ahí donde
se contamina, principalmente, nuestro “ES” y es con ello que a cada instante
tenemos que “luchar” y clarificar para no enturbiar las límpidas aguas de nuestro
claridad interior. La mayéutica socrática consiste en hacer
tomar “conciencia”, a quien escucha y responde con autenticidad, de las
contradicciones intrínsecas a que lleva sus planteamientos o ideas, y de esta
manera “hacer nacer la verdad en su interior; este nacimiento es personal, pues,
demostradas como erróneas o insuficientes las ideas anteriores, se vislumbran
las ideas nuevas en su limpieza de ser.
Quien limpia el ser interior es la
VERDAD; Jesús de Nazaret lo expresa de la siguiente manera: “la verdad os hará
libres” (Juan 8:32), pero la verdad es en principio, moral o ética, luego
sicológica o material y finalmente metafísica. Jesús aquí toca las tres, pues
Él es un ser total, no se puede vivir en la verdad ignorando cualquiera de
ellas. Nadie vive en la verdad si desprecia la verdad moral, ósea aquella donde
el contacto con los demás y el mundo, nos expone a cada instante con la
mentira. Moralmente es verdadero aquello que digo o hago conforme a la verdad
que he asumido como definición y a lo que diga que este conforme con el hecho
real sucedido y al cual haya tenido acceso; pero esa definición debe estar
acorde con la realidad sicológica y metafísica; si no es así, mis definiciones
serán malas, puedo creer que estoy y hago lo verdadero pero estaré en el error,
aunque crea estar en la verdad, pues, como dije antes, ninguna verdad puede
excluir los tres componentes de ella, so pena de caer en el error. Pero ¿cuales
son la verdad sicológica o científica y la metafísica? La verdad sicológica o
científica está representada por la “Adaequatio rei et intellectus”, explicada
antes, y es la concordancia entre lo que concibe la mente como verdadero y su
comprobación con la realidad que nos envuelve. La verdad metafísica está dada
por el conocimiento de la realidad de DIOS y, como Él está en todas las cosas,
por las cosas se puede llegar a Él, pero hace falta la limpieza interior para
razonar “bien”, lo cual no es nada fácil para quien no cree o no le importa
ningún tipo de verdad. La otra forma de
conocimiento metafísico requiere la fe en Jesucristo, “verdadero Dios y
verdadero hombre” (credo de la Iglesia Católica) y como tal, fuente segura de
verdad. Pues Él lo dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14:6).
La verdad es parte de un
todo que nos “envuelve”, nos forma e influye; pero no todos se interesan por
ella ya que podemos desviarla, cambiarla o usar su contrario (la mentira) para
nuestro aparente beneficio. Y una vez que nos acostumbramos a mentir, la verdad
pierde fuerza y se convierte en un estorbo para nuestros “proyectos”. Aquí
radica una gran parte del mal en el mundo: pues si nuestro ser no actúa
conforme a la realidad haremos nuestros mundos a nuestra imagen y semejanza y
estos serán limitados como nosotros lo somos, muriendo en ellos como morimos
cuando nos encierran o nos encerramos en nosotros mismos. La mentira es pobreza
de espíritu, limitación de ser, debilidad psicológica, tristeza del alma.
Reduce nuestro "ES” a nada y hace de nuestro vivir un lugar de infierno,
por la lejanía de quienes nos podrían o querrían amar. La verdad, por el
contrario, amplia nuestra dimensión de ser, ilumina nuestro “ES”, abre nuestra
alma, calma nuestro espíritu. Es LIBERTAD, VIDA y AMOR a todo lo que ella toca.
Cuando la mentira abunda el mundo se vuelve “loco” y la realidad se cambia por
las utopías o ilusiones que nos arrastran al infierno de las guerras, los
vicios, los crímenes y las pasiones desordenas más insólitas que se pueden
imaginar; todo ello desordena la vida y hace de la convivencia humana una
tragedia. Por el contrario, la verdad, el bien, la “cáritas” y el amor a Dios,
eleva todo, todo lo soluciona y todo lo rehace en bien para mí y para todos. No
se puede jugar con esas determinaciones del “ES”, pues ellas inducen a los
individuos a actuar en una u otra dirección y las consecuencias son terribles o
muy buenas y deseables; ahí reside el resultado de nuestra libertad: hacer o
llevar al mundo, a nuestra sociedad, a nuestra familia o a cada uno de nosotros,
a la destrucción o la felicidad.
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