La sociedad es exigentes con sus miembros y
tiraniza normalmente a todos de una u otra manera. Pero mientras la estulticia
de la voluntad, torcida para el bien, domine la siquis humana, no habrá más
remedio que poner formas, leyes y “caminos” para la mutua convivencia entre los
hombres que forman una determinada sociedad.
Nunca, en la dimensión humana, mientras no sea
espiritualmente purificada, se podrán establecer condiciones de verdad,
responsabilidad, honestidad, justicia, caridad, respeto de cada ser humano,
permanencia en lo que llamamos virtud etc.; pues todo ello tiene como base “el
amor a Dios sobre todas las cosas y el amar a los demás como a sí mismo”; y
esto está muy lejos de cumplirse en todos y cada uno de nosotros. Cualquier
teoría de libertad, verdad, vida y pretensión humana de vida perfecta o al
menos no tan mala, chocará con la voluntad, en apariencia libre, de muchos que
nunca estarán conformes sino con hacer lo que sus determinaciones o
definiciones de vida dañadas, les empujan a realizar; y su voluntad, sumida en
las tinieblas del mal, pujará, con todas sus fuerzas, para verlas realizadas en
las estructuras sociales, con la evidente ruptura de lo bueno y el consecuente
dominio de aquello que destruye al ser humano y lo hace esclavo de si mismo y a
la vez de los otros. Algunos se benefician con ello y tratarán de mantener las
estructuras de mal o el mal que tienen ciertas estructuras, con toda la fuerza
posible que posean. Hemos vivido, en el último siglo, las inhumanas fuerzas del
mal en el Comunismo, el Fascismo y las dictaduras de todas clases que asolaron
y aún asolan el mundo. Quien no quiera darse cuenta de la fuerza que
libremente, en cada uno de nosotros, le hemos dado al mal está ciego de la
mente y del espíritu y por creer que haciendo más mal se logra algún bien,
justifica su pensamiento y su ceguera. Las sociedades perfectas y libres de mal
sólo serán posibles EN LA DIMENSIÓN DONDE DIOS SEA TODO EN TODOS, no hay otras
opciones.
El reino de Dios está en medio de nosotros,
pero no todos sino al parecer una minoría, entra y permanece en él. La vida de
los hombres tiene raíces torcidas y el mundo de los humanos ha transitado por
caminos oscuros donde la luz de la Verdad está demasiado escondida y no brilla en
los seres humanos. Es tiempo de cambio, siempre lo ha sido, pero ahora
especialmente cuando el mal parece apoderarse de todo es más urgente; la
humanidad crece en número y en mal, las drogas, el sexo torcido y “libre”, las
comunicaciones arrasadas por la pornografía, el aborto, el divorcio, el ataque
a la base familiar, las continuas guerras y amenazas al mundo de unos y de los otros, los grupos terrorista: islámicos, comunistas, nazistas y un largo etc. El
ataque a la religión, sobre todo a la católica, son constantes repetitivas en
un mundo sin orden ni paz. Hasta cuando, ¿hasta dónde, la maraña de lo
prostituido jugara con la delicadeza de las almas de los niños y los no tanto?
En fin, la sociedad se derrumba de tanto
soportar el mal; y, la mentira, en todos sus aspectos, reina y digiere la bondad
de muchos. ¿Podremos cambiar el curso de las aguas?
La esquela funeraria del mundo actual está
escrita, no durará mucho; pero antes desaparecerán multitud de personas y un
mundo nuevo vendrá sobre la catástrofe de las naciones y los seres humanos. Sin
embargo, es necesario recordar que la vida de los hombres no termina aquí, va
más allá del tiempo que pasa; nosotros, todos, seguiremos siendo más allá de
los tiempos de la tierra, por lo tanto el desaparecer de aquí es sólo tránsito
hacia la eternidad y la inmortalidad. Cuando no se cree en esto, no por eso
deja de ser realidad, pero quien no lo cree sufre y se desespera ya que su todo
está aquí y de aquí siempre nos vamos.
Lo social es importante, pero no es lo más
importante; confundir esto es arriesgarse a vivir en lo que se ha de dejar.
Todo pasa, todo perece, porque la dinámica de la materia es eso: descomponerse y
recomponerse una y otra vez. La vida humana es tránsito a una realidad mejor y
perenne, no es palabra mía, no tengo designios de imposición, dogmatización,
catequización o cualquier forma impositiva de una manera de pensar idealizada,
personal, limitante y limitada: lo que digo no es dicho por mí, ni afirmado sin
sustrato que lo justifique; viene de siglos y siglos con personas que lo
vieron, vivieron y afirmaron; de personas que dieron su vida por mantener lo
dicho y que afirmaron escueta y taxativamente está verdad. Desde Jesús de
Nazaret, hijo de Dios, por revelación propia: “Se oyó entonces una voz desde
los cielos: Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco (Mc 1,11)”.
Y en: (Mt 26, 63). “El Sumo
Sacerdote le dijo: «Yo te conjuro por Dios vivo que nos digas si tú eres el
Cristo, el Hijo de Dios.
Jesús le dijo: «Sí, tú lo has dicho. Y yo os declaro que a partir
de ahora veréis al hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre
las nubes del cielo.”
Y en infinidad de lugares, gentes y sociedades más.
La dimensión que todo esto y mucho más,
encierra, se basa en la verdad o la mentira de lo que se dice. Si los hombres
que lo dijeron o lo escribieron mintieron, entonces nada de lo dicho tiene
dimensión de ser real; pero si lo que dijeron es verdad, entonces esa dimensión
es la nuestra en un futuro no muy lejano y para cada uno de nosotros. ¿Cómo saber
si lo que proclaman es verdad? Primero, por la autenticidad de vida. Segundo,
por su sacrificio vital en cuanto a defender sus creencias. Tercero, por las
consecuencias en el tiempo y el espacio de sus revelaciones; y el fruto de
bien, de desarrollo y de caridad, que el cristianismo trajo y traerá a la
humanidad entera. Ninguna otra religión o creencia ha impulsado tanto al ser
humano hacia lo bueno, lo deseable y lo mejor como el cristianismo. Así, aunque
lo desmientan y nieguen, occidente ha sido el motor y el impulsor de las más connotadas
realizaciones humanas, espirituales y físicas de la humanidad. Y aunque la
parte europea cristiana está en franca decadencia, su herencia en América y África continuará en expansión durante mucho tiempo todavía.
Se habla y dogmatiza sobre la influencia de
Egipto, Mesopotamia y
Grecia, en el desarrollo occidental; pero su importancia no hubiera perdurado, después
de las invasiones de los pueblos germanos y en general del norte de Europa, si
el cristianismo no estuviera aceptado y, en parte, asentado, en el imperio
heredero de estas civilizaciones: el Imperio Romano. Ellas fueron el inicio, la
parte y contribución del ser humano al desarrollo; pero sin el cristianismo,
hubiera derivado en lo que las inmensas civilizaciones hindúes, chinas o americanas
cayeron: la inmovilidad patológica de las costumbres y el imperio de lo
conocido sobre lo que está por conocerse. Es decir, faltaría la constante
renovación y fuerza que sólo viene de la dimensión de “gracia” otorgada por
Dios al hombre cuando lo busca.
Magnifica postagem referente ao livro.
ResponderEliminarEu adorei ler a postagem por entender a grandeza da sua obra.
Que Deus lhe abençoe por tanto carinho expressado
nessa postagem.
Um abençoado final de semana beijos , Evanir.
Moito obrigado por o seu comentario. Chegou moito profundo en mim. Deus abencoe a vosse.
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