Las
religiones, sobre todo las más llenas de la dimensión que acerca a la
divinidad, son caminos para entender, buscar y encontrar lo más grande y
fundamental que tiene el espíritu humano. Entre estas la más integra, es la
cristiana católica por una serie de motivos y consecuencias que analizaremos
más adelante.
En
cuanto a dimensión de bien que unas u otras religiones poseen, depende en
muchos casos más de la integridad, sinceridad y consecuencia en los actos de la
o las personas que practican sus “caminos” y no tanto de la verdad intrínseca
que dichas religiones ofrecen en cuanto a lo referente al conocimiento de la
verdad de Dios. Aunque esas personas integras si practican una religión lo más
cónsona con la dimensión de Dios, podrán llegar a una cercanía mucho más
significativa de la totalidad de lo que Dios es. De aquí la importancia de asumir
la práctica religiosa como una vía hacia el encuentro con la Divinidad. Y
también de encontrar en ella aquello ya experimentando por muchos otros en la
búsqueda de la experiencia de lo transcendente.
¿Pero
cuales religiones son las más cónsonas con la dimensión de Dios?
Dilucidar
esto sin herir a unas u otras partes es muy difícil y conlleva el peligro de la
interpretación subjetiva de cada uno; no obstante trataré de ser lo más
objetivo posible dentro de las limitaciones de mi conocimiento y las posibilidades
de este escrito.
Podríamos
y así lo haré, tomar las religiones de acuerdo a dos posiciones fundamentales:
1)
Aquellas que son consecuencia de la búsqueda sincera, continua y valiente de la
dimensión de Dios mediante la razón, la inteligencia y el espíritu humano.
2)
Aquellas que son producto de la intervención directa de Dios en su comunicación con
ciertas personas a través de las edades.
La
búsqueda de Dios es una constante en la dimensión humana desde los primeros
tiempos del hombre. La contingencia humana es tan evidente que no nos queda
otra opción sino admitir la existencia de algo, alguien o algunos seres
superiores a nosotros en diferentes grados los cuales manejan, tienen los hilos
o crean la incomparable dimensión del universo o de lo existente en la tierra.
Y no sólo eso, también la profunda fuente de nuestro interior espiritual,
cuando somos sinceros, verdaderos y constantes, nos lleva ciertamente a la
dimensión del Espíritu que habita en nosotros; nos conduce al “Reino de los
Cielos” al “yo” íntimo y verdadero que forma nuestra esencia inmortal y donde
reside la Divinidad; al “nirvana” donde se vive de lo verdadero en el Ser. El
encuentro con esta dimensión no es fácil, pues la racionalidad del conocimiento
de lo inmediato y su “realidad” de inmanencia, nos habla de algo real y seguro
en el proceso de nuestro conocer, mientras que lo espiritual, implícito y
vivido en nuestro ser interno, permanece
oscurecido por la fuerza de la sensación y racionalidad de lo inmediato. Lo
profundo, lo verdadero y permanente en el ser real de todo, está en nosotros,
pero escondido, oculto, ignorado y muchas veces no deseado.
Hasta
aquí la búsqueda del hombre en cuanto a lo divino que no termina nunca, pero se
expresa de muchas y variadas maneras de acuerdo a la intimidad, formación,
cultura y un largo etc. de condiciones humanas en el tiempo y el espacio. Por
otra parte está la “revelación” de Dios a nosotros, pues las personas Divinas,
tiene la total libertad de comunicar o darse a conocer por nosotros, de acuerdo
al Amor que sienten por sus desvalidas criaturas y sus caminos pervertidos,
curvados o rectos. Aquí la racionalidad humana no busca las respuestas a las
interrogantes de lo divino, sino que se sirve de lo revelado para entender de
manera cónsona con su manera de ser, es decir con su dimensión de ser y la
potencia de su estructura espiritual, creada por el Ser que Es, la profundidad,
altura, anchura y dimensión, de lo comunicado sobre la realidad de lo divino.
San Agustín lo expresa en la frase: Nos hiciste para Ti, Señor, y nuestro
corazón está inquieto hasta que descansa en Ti”, Y también: “Creo para
entender”. Así se decanta la búsqueda
racional de la dimensión de Dios, asentando como primeras premisas de
los silogismos racionales, lo revelado por Dios a través de los hombres en los
libros del Libro por excelencia que es La Biblia; y no desde el punto de vista
de la pura razón humana y sus premisas producto de la interacción de los
sentidos y el proceso cognitivo de la mente racional pensante. Las cuales, las
premisas obtenidas de esta manera, conllevan la
limitación: primeramente de la captación imperfecta de la realidad
circundante por las imágenes de los sentidos y secundariamente por la
transformación de estas imágenes en ideas limitadas y limitantes del
conocimiento de lo real. Lo resultante de está exploración del conocimiento en
cuanto a lo divino, es de una primariedad casi total y conlleva distorsiones y
limitaciones insuperables. De aquí la continuas y excluyentes “verdades” de las
religiones hechas a la medida, capacidad e incluso intereses de las personas
que las piensan y desarrollan. La única vía válida para la “penetración en el
Reino de Dios” reside en el acto puro y perfecto en lo posible del AMOR; pero
el amor es una entrega, limpieza y ascesis que no siempre la logran todos los
que la desean. La búsqueda y la fuerza de Dios, su ayuda constante y continua
(la gracia) nos puede llevar en alas de su fuerza, al Amor necesario para
superar la limitación de nuestra humanidad caída. Y esa fuerza es necesaria
pedirla,
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