EL SER SOCIAL
La sociedad es producto del ser humano, no el
ser humano producto de la sociedad. Que ésta, de acuerdo a sus determinaciones,
influya en la conducta, actividad e idiosincrasia del hombre, es una cosa; pero
que haga al hombre, otra muy distinta.
Lo social son condicionamientos, hábitos y
costumbres de vida que enmarcan las actividades humanas cuando se vive en
conjunto con otras personas; pero la dinámica de vida propia de la persona
humana es posesión de cada uno y cada persona define su “presencia” y acto en
la sociedad, desde su manera de percibir las circunstancias en las cuales vive.
Nadie es fiel reflejo de una sociedad determinada. Nadie es paradigma de una
manera de ser específica, pues todos somos proclives al cambio y a la
“metanoia” en cada instante de nuestro transcurrir en esta realidad vital. Que
quiera reducirse o simplificar la totalidad humana a una de sus partes es
comprensible aunque no realista; pero, el partir de esa base como presupuesto
esencial de lo humano, es absurdo. La dinámica del ser humano depasa su propia
y limitada realidad social de muchas, múltiples y variadas formas; nada es lo
mismo con el transcurrir del tiempo y cuanto mayor es la comunicación en una
sociedad compleja y no tanto, mayor y más rápido es el cambio de las
estructuras de esa determinada sociedad. Se podría afirmar que existe una
relación directa entre número de personas que cohabitan unas definiciones de
sociedad determinadas y la velocidad del cambio en las mismas. A mayor cantidad
de personas, mayor cambio en sus estructuras; a mayor abertura a otras
definiciones sociales mayor rapidez y diferencia en sus determinaciones. La
dinámica social es compleja, cambiante, inusual y, sobre todo, no estática,
aunque a veces lo parezca.
El gran factor del empuje en el cambio social
es la disconformidad con sus estructuras, la creatividad del espíritu humano y
las secuelas de catástrofes naturales, guerras o tragedias de índole humana que
motivan el cambio o reacomodo de los hábitos y comportamientos de una
determinad sociedad.
Los tiempos cambiantes y diferentes en todas
las esferas del ser material, hacen también de factores intrínsecos de
interacción entre el ser humano y la sociedad donde se desenvuelve.
Hay sociedades más o menos cerradas y otras
donde el cambio es continuo y constante; pero las dinámicas de desarrollo o
indesarrollo, en el sentido de mejores o peores formas de vida, no guardan
relación directa con este factor. Está más bien condicionado a la evolución, en
dirección al bien y la virtud, de cada ente humano de esa sociedad; entendiendo
por bien y virtud en el ser humano, la concordancia de sus definiciones con las
determinaciones innatas del ser espiritual que nos informa. Y, a la inversa, el mal, es por el empecinamiento hacia lo perverso y lo destructivo, en un tiempo
dado, debido a elementos corruptos y corruptores que, por el influjo y actos de
unos cuantos individuos, “usurpan” el poder en una sociedad determinada.
La social son accidentes de ser hechos por los
hombres, y no tienen más validez que la de un tiempo físico transitorio. Su
fuerza es la “moda” cuando un conjunto de integrantes de esa sociedad y los
medios de comunicación sociales, hacen de unos hábitos, costumbres o modos de
ser humano, el principio básico de la forma de pensar ser y transcurrir de una
región, país o continente o lo que llamamos “civilizaciones”. La duración de su
“hegemonía” dependerá de factores variados y diferentes, en un tiempo y
recorrido vital aleatorio.
Lo social forma costumbres, pero no marca
carácter. El carácter es algo permanente más allá del tiempo de nuestra vida y
tiene dimensión de infinitud vital. Por eso, vivir de lo social, en lo social y
para lo social es estulticia; se debe vivir con lo social sin caer en sus
“tentáculos”, ser en el mundo sin estar con el mundo, hecho por y para el
tiempo pasajero de nuestra vida. Lo social, como determinaciones de modos de
hacer ciertas cosas, es superfluo y solamente necesario tanto cuanto sirven al
bienestar de las comunidades de personas que conviven en un entorno
determinado. Las sociedades humanas pertenecer al pasar; al tiempo que
transcurre, a la distancias de los días que las forman y a la impronta de
aquello que se va y no vuelve. La verdadera dimensión social del hombre es la
caridad que dejamos en el “corazón” de los otros, la carga de amor y cariño que
sembramos allí donde lo más puro del ser humano vive, siente y es. Las formas
sociales son sólo eso, formas y no tienen más vida que la rampante exclusión de
lo verdadero y válido de nosotros mismos, a fin de “movernos” en una dinámica
de hombres donde la mentira, el interés, la maledicencia y toda la panoplia de
lo más ignaro del alma humana, impera. Si lo social no toma en cuenta la
gentileza, suavidad y verdad que poseen, muchas veces escondido, los demás; no
habrá formas sociales válidas, pues sin esas características es todo lo
contrario lo que determina la relación de unas personas con las otras.
Nuestras sociedades son hipócritas, no viven
de la verdad, del bien, de la caridad y de lo realmente bueno; están fundadas
en el poseer aún a costa de la vida de los demás; son para tener, aun cuando
saben que se pierde y no se lleva lo obtenido a ninguna parte; pero la
corriente vital de cada día, sus necesidades y sus caprichos son más importante
que la dimensión de transcendencia que siempre, aparentemente, tarda en llegar.
Sin la plena aceptación de nuestra dimensión de transcendencia, el animal
humano impone sus reglas y todo se resuelve en la dimensión del más fuerte, del
más apto, del más animalizado. Si la transcendencia no existe: “comamos y
bebamos que mañana moriremos” (1 Cor.
15:32) dice San Pablo. Y la mayoría de los seres humanos vive en esa dimensión.
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