Dios se revela al hombre de muchas maneras, indirecta y directamente.
Siempre está interviniendo en nuestras vidas, aunque no sea más que
manteniendo la naturaleza dentro de los parámetros del ser y sus leyes.
Pero su intervención directa documentada en un libro como es "la
Biblia", va más allá de la referencia a lo real físico y conlleva la
petición de respuesta libre, individual y colectiva, de los seres a los
cuales se dirige. El comienzo humano de la revelación de Dios a los
hombres, como un pueblo escogido, está en un hombre de una ciudad en la
antigua Caldea, lo que hoy es Irak, llamada Ur: su nombre era y es
Abraham. El será y es el padre de muchos pueblos y como tal lo
reconocen, hoy en día, los judíos, los musulmanes y los cristianos. El
Ser de seres lo “llama” se comunica con él y le dice que salga de Ur y
se dirija hacia una tierra en el oeste llamada Canaan. Así lo narra el
Libro. Pero, ¿cuál es la diferencia entre Abraham y cualquier otro
nómada que en aquellos tiempos, hablamos de 1700 años antes de nuestra
era, recorrían caminos y sendas buscando pastos para sus ganados? ¿Cuál
es su novedad? La novedad aportada por Abraham es la de un Dios único
que se comunica personalmente y le hace una promesa: darle una tierra y
ser fundador de muchos pueblos. El se mueve por obediencia a la voz de
Dios, no por los beneficios de tierras y pastos que pueda encontrar; hay
un testimonio de fe en ese Dios desconocido que se comunica con él.
Abraham se mueve por una razón especial: cree en quien le hizo la
promesa. Si esa promesa se cumple Dios es Dios, pero si no se hubiera
cumplido, no sería más que uno de los muchos soñadores que entonces y
siempre, a través de los tiempos, han tratado de embaucar a los seres
humanos para que secunden sus sueños y amplifiquen sus locuras. Pero
Dios le pide pruebas de su fe: no teniendo hijos le promete uno varón y
siendo su mujer anciana, le comunica que dará a luz; Abraham lo cree y
espera y, cuando el hijo viene de manera incomprensible para la razón
humana; Él, Dios, le pide que se lo sacrifique y se calla. Abraham
emprende la marcha hacia el lugar del sacrificio y cuando está apunto de
realizarlo una mano y una voz de ángel, lo detienen. La fe ha sido
probada, el hombre ha creído y su fe se ha fortalecido, está listo para
ser depositario de la promesa; la criatura libremente confía en el
Creador; el Creador le otorga su confianza y el camino trascurre; un
camino lleno de luz y de sombras, donde la conjunción del hombre y el
Creador se juntan y se separan de acuerdo a la voluntad de la criatura,
nunca del Creador. No hay nada científico, ni tan siquiera de nivel
racional, hay fe y confianza aquello que hace las grandes obras y que la
mayoría de los seres humanos rechazamos como cosas no seguras. La fe en
el Dios de la verdad no tiene asideros en la racionalización humana sino en la
fe, en la creencia y confianza que sólo la verdadera Divinidad puede
otorgar. Por eso la fe es un don de Él, sólo Él lo puede dar, si Él no
fuera, nada de esto tendría sentido. Pero la fe puede ser razonada en
sus procesos cuando lo prometido se cumple; porque la fe, es fe en algo
que todavía no es pero será, en algo que es, pero que no vemos ni
sentimos, en algo que existe sin nosotros, por nosotros o a pesar de
nosotros. Algo que Es “per se”; donde nuestra razón, discurre sobre lo
que se realiza no sobre lo quisiéramos que fuera. La fe, eso sí, es razón de
confianza en la potencia del Ser que nos pensó y creó; y como obra de su
Ser, nos quiere a cada uno en la intimidad, pequeñez y grandeza de lo
que somos. Dios es un Ser de Amor. Dios es un ser de Paz. Dios es un ser
de Libertad. Dios es SER. Nosotros somos a su imagen, pero la imagen
está dañada y no responde a lo que Él sabe que nos conviene. No, no
podemos hacer lo real, sólo formas, sólo accidentes de ser, sólo
limitación en la totalidad donde existes, sólo cosas que pasan y
desaparecen, sólo finitud. La otra gran prueba de fe, ha habido muchas
pero esta es totalmente especial, ha sido anunciada reiteradamente en el
Libro de muchas formas y maneras, esta es la de una muchachita de unos
quince años que un una casi desconocida ciudad llamada Nazaret, se
enfrenta a otra singularidad, para ella increíble y terrifiante: el
ángel le dice que será madre de un niño, pero ella le pregunta como
puede ser eso si no conoce varón; la respuesta misteriosa: “Concebirás
por obra del Espíritu Santo, por eso el que nacerá de ti será llamado
hijo de Dios”. Ella no se cuestiona, ni cuestiona más, simplemente
responde: "he aquí la servidora del Señor hágase en mí según tu
palabra". “Y el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (San Juan).
Así describe el libro el misterio de un Dios infinito que toma nuestra
finitud para resolver el problema de nuestra absorción en lo que no es
Ser, en los accidentes de ser. Esto es revelación y testimonio dado por
generaciones y generaciones de hombres y mujeres que fueron testigos
presenciales, o lo oyeron de aquellos que lo vivieron en su ser. Como
actos de fe no entran en el conocimiento científico, son
“singularidades” que se creen por los resultados posteriores. La razón
principal para creer está en lo que sucede después de haberse anunciado
lo que iba a suceder; si lo que sucede corresponde a lo dicho, hay
validez en quien lo dijo, sino, no la hay. Por los resultados se
conocerá la verdad y lo que no lo es. La prueba racional de la fe es la
concretación en la realidad de aquello que se hace o se pretenden que
otros creen; sin ello la fe es falsa. En este camino de búsqueda de las
“razones” de la fe, es necesario tener en cuenta que quien anuncia el
hecho a suceder, o los hechos reales que forman lo no conocido por
nosotros, es El Ser que conoce Todo; Él sabe aquello que nosotros
ignoramos. Salvadas las diferencias, entre nosotros, un científico como
Einstein, conocía realidades que nosotros ni podemos imaginar y su
comprobación fue dada por los resultados que se obtuvieron al probar sus
teorías. El conocimiento verdadero es una manera de decir que es
realidad y que no es realidad; que ser existe y que seres son inventos
de nuestra sinrazón o de nuestros deseos. Lo primero es verdadero, lo
segundo es falso porque no tiene más razón de ser que nuestra fantasía
de que sea. Lo verdadero sucede y es, lo falso ni sucede y no tiene más
ser que en nuestra dimensión personal y en aquellos que quieren creerlo,
lo cual es muy poco, limitado y limitante. Lo verdadero sólo puede
proceder de un Ser que tenga potencia de ser absoluta, sino su
existencia será limitada a la potencia de ser de quien lo pensó. Y como
sólo hay un Ser absoluto la verdad en plenitud sólo la posee ese Ser.
Pero ¿para que algo sea válido es necesario saber toda su verdad? La
validez es conocimiento de la verdad limitada de algo; esto quiere decir
que se conoce una cosa pero no todo lo que esa cosa tiene como ser de
si misma: partes, no el todo. Lo válido asume algo de la realidad de ser
de un ente, pero no puede, ni sabe, la totalidad de aquello que ese
ente es. Es verdad parcial pero no relativa. Por eso podemos modificar
la forma de un ser pero nunca su substancia, si la tiene. Por ejemplo,
un diamante pude variarse su forma pero no cambiar su estructura
cristalina; si esto se hiciera dejaría de ser diamante y se convertiría
en otra cosa. Una piedra, compuesta por diferentes materiales, se puede
descomponer y cada material sería una nueva “piedra”. En fin, en el
conocimiento de fe, nuestra propiedad de conocer tropieza con realidades
cuya esencia depasa de manera infinita la nuestra; y reducirla a la
posibilidad de conocimiento que nosotros tenemos resulta imposible; por
lo tanto sólo queda confiar y esperar mediante los resultados que lo
prometido o dicho por el Ser, con mayor realidad de conocimientos, se
cumpla y así confirmar su realidad en el ser de nuestro estar aquí. Esto
“choca” con nuestra pretensión de seres absolutos; pero como en
realidad no lo somos, nos queda el ejercicio de la humildad-verdad: todo
lo que es, es demasiado para ser conocido por mí o por nosotros, la
verdad es la aceptación de nuestra limitación, pero a la vez de la
“visión” de nuestras posibilidades reales dentro del ser que somos. La fe
es la confianza en un Ser que sí es Absoluto y conoce Todo, porque Él
lo hizo. Un Ser que se conoce perfectamente a Sí Mismo y es capaz de
crear lo que desea. No aceptar esta premisa conlleva el desastre de
querer ser lo que no podemos ser y atribuirnos poder y cualidades que no
poseemos “per se”, ni podemos adquirir aún que queramos. La
contingencia humana es un límite, pero también es puerta para comprobar
nuestra posibilidad de ser y la inmensa capacidad que tenemos de hacer
formas, dentro de nuestros parámetros. Pues nuestra limitación tiene
tales dimensiones que su campo de acción queda aún demasiado lejos para
poderlo medir; si pensamos lo posible es ya demasiado, ¿por qué
preocuparse por lo imposible? Lo posible no tiene límite dentro de
nuestra visión de la realidad hoy; desarrollando lo posible basta para
nuestro esfuerzo y ambición. Querer ser más potencia de ser de lo que
somos, conlleva: muertes, destrucción y esclavitud. El racionalismo
filosófico, partiendo de Descartes, al centrar su “visión” sobre la
potencia de la razón humana, (el Cógito no es más que la búsqueda de
aquello que parece absoluto, seguro, firme y sin duda), hace de nuestra
potencia de ser un todo que no lo es. De aquí parte la búsqueda de lo
absoluto en lo humano y la desviación filosófica que llega hasta
nuestros días. La fe es el otro camino hacia la esfera no humana pero
real del ser y la fuente donde se puede percibir la dimensión de una
totalidad que no somos nosotros; justificación del universo visible y
percepción de realidades no captables por nuestros sentidos. Sin la fe
los mundillos de los hombres arrasan con la inteligencia recta del
conocimiento de las cosas; hacen del estar y pasar aquí el todo del ser o
al menos lo que importa y dejan de lado todo lo demás a lo cual debemos
el existir y el continuar.La fe es premisa de conocimiento, imperfecto, a nuestro nivel, de la Realidad
que hizo Todo, sin ella no es posible tener una visión completa de lo
real; sin ella se llega a un callejón sin salida, donde el hombre se
siente arrinconado contra el muro de sus “ecuaciones vitales” y, si no
quiere mirar hacia la luz que está en dirección opuesta al muro, perece
en su intento de superar la pared inmensa donde está voluntariamente
encerrado. Darse la vuelta es la solución, volver a la calle principal
es lo correcto; no es el camino perfecto, pero al menos tiene salidas. El
conocimiento de fe es definición, a nuestro nivel, de realidades
transcendentes ocultas por la limitación de nuestra posibilidad de ser y
conocer. Pero sin ella nuestro conocer es limitativo y dimensionado a
nuestra realidad sensible. El verdadero sustrato de la fe es la
contingencia humana, pues si conociéramos todo conoceríamos también a
Dios. La realidad no es nuestra sólo la estudiamos. Es y, creer en ello,
es Fe.Si no nos engañamos a nosotros mismos, es necesario admitir la
dimensión vital donde estamos y somos; el aire, la lluvia, el sol, la
tierra en moviendo y un inmenso etc. permite que sigamos viviendo y
haciendo mundillos al gusto de nuestros intereses la mayoría de las
veces mezquinos; pero nada de esos elementos controlamos o hemos hecho,
son con nosotros, sin nosotros o pese a nosotros.El conocimiento de fe
no pretende tener el principio de objetividad tal como la ciencia lo
interpreta; pero si tiene la dimensión de comprobación de la experiencia
individual que buscando la verdad de lo trascendente y la haya en la
medida de su constancia, honestidad y verdad con la cual la busca.
Muchos llegan, llegaron y llegarán a Dios a través de la renuncia a sus
pretensiones de ser, a sus “pecados”; es decir: a no considerar como
válidas las premisas de “no ser” dictados por la corrientes de
pensamiento “mundanas”; las pretensiones de absoluto de quienes no
conoce, ni aceptan la contingencia y dependencia de ser humano de las
condiciones físicas y espirituales de lo que es superior a ellos. El
hombre, sobre todo después de Descartes, se erigió en dios absoluto y
convocó toda una caterva de raciocinios para justificar su pretensión de
ser lo que no es, ni puede ser. Al pretender esto hizo una serie de
mundillos, cada cual a su manera, donde el centro era su idiosincrasia y
los demás, pueblos u hombres, estaban por debajo o por encima pero
nunca eran iguales. La dimensión de la Verdad en Dios y de Dios, no era
considerada válida; el ser humano podía resolver sus problemas y
encontrar, en el conocimiento de las cosas, la verdad y fuerza para
desafiar a la naturaleza y, la creación sería dominada por él. ¡Qué
fácil decirlo! ¡Qué imposible hacerlo! ¡Como nos atrae la idea de
dominio absoluto de todo y la potencia imaginaria de nuestro hacer y
ser! La tentación de la soberbia inunda el mundo de quien no acepta su
dimensión real de ser. La fe muestra nuestra dimensión y más la fe
revelada en y por la persona de Jesús-Cristo: “Yo soy la luz del mundo”.
“El que crea en mí tendrá vida eterna”, “Yo soy la vid Uds. los
sarmientos si no permanecen unidos a mí no darán fruto” “Antes de que
Abraham fuera: Yo soy”, “El Padre y Yo somos una misma cosa” “Todo fue
creado por Él y nada de lo que se ha hecho fue sin Él”. Estos son
algunos de los testimonios de la fe. Pero ¿cómo saber? En el discurrir
humano, si son lo que Jesucristo expresó no tiene más vertientes que ser
verdadero o falso; si mintió todo lo que Él pretendía y dijo no se
realizará, si dijo la verdad todo será como Él lo dijo, no como nosotros
lo interpretamos, sino con la dimensión y forma que Él lo quiso decir.
Si Él es lo que dijo ser: hijo de Dios y Dios igual al Padre, entonces
es Absoluto, Omnisciente, Omnipotente y Omnipresente, es quien Es y
siempre fue y Él si puede y sabe de todo y de todos. El es Emmanuel,
Dios con nosotros. Aquí la revelación tiene toda su causa, creamos o no;
si, Él es quien dijo ser, nada ni nadie podrá cambiar los resultados y
todo se realizará como fue dicho; si Él mintió, nada se dará en la
realidad. Las pruebas “a priori” fueron la entrega de si mismo hasta la
muerte por mantener la Verdad de lo que afirmó. Y las pruebas de su
Poder están dadas por lo que Él hizo: resucitar muertos, multiplicar
panes y peces, curar ciegos de nacimiento y todas las enfermedades
imaginables y permitir entender la nueva dimensión de realidad que Él
traía a la humanidad. Las dudas, siempre humanas, están centradas en los
testigos que afirmaron y escribieron todas estas cosas. ¿Y si todo lo
escribieron por conveniencia de poder hacer su religión y así tener
poder y fama? El cristianismo sufrió desde el primer momento:
persecución, muerte, negación y violencia; durante unos cuatrocientos
años, creció y se aclaró en una continua lucha contra el mal y la no
aceptación de las sociedades donde se expandía. Durante cuatro siglos,
fueron masacrados y humillados, de diferentes maneras, miles de cristianos en una campaña de
fuerza y fuego contra la buena nueva que decía la verdad al hombre. Por
muchos años se les hizo ver como monstruos y enemigos de las sociedades
donde se establecían; pero el cristianismo prosperó con la sangre de los
mártires como semilla de redención y gracia. ¿Qué poder obtuvieron de
esos ataques y que conveniencia humana los motivaba? Nada de lo deseable
en términos sociales y terrenos conseguían y ¿Sin embargo continuaron
creyendo y creciendo en la esperanza de las promesas hechas por unos
“mentirosos”. Al final de esos cuatro siglos el cristianismo se impuso o
se le aceptó socialmente; no triunfó, pues el triunfo del cristianismo
será cuando todos y cada uno de los que creen sincera y
persistentemente, sean confirmados en su creencia y se les muestre y
vivan la verdad de lo predicado. Mientras no se confirme, se “vea” y se
viva lo dicho, la duda y la mentira subsistirán y cada uno elijará
libremente el camino a seguir. Pero los que dijeron y hablaron de estas
verdades dieron su vida por ellas y fueron, en la vida y en la muerte,
fieles a lo que habían predicado y escrito. La prueba de la fe es su
fidelidad a lo que decían, hasta dar su vida por ello; y no por
fanatismo, ni buscando grandeza humana, eran creyentes y conscientes de
la realidad de lo que predicaban y creían por que habían visto y tocado
la Verdad. Después, vinieron otros “testigos”, en gran número, quienes
no habían visto ni oído, pero su fe los llevaba a una dimensión que para
la mayoría de los seres humanos es “viento”, palabras sin realidad de
ser real. Hasta nuestros días los “testigos”, se cuentan por millones,
pero sólo unos pocos sobresalen y encuentran el camino de la “visión” de
la realidad predicada. En el siglo XX hay “testigos” de una fuerza
enorme: el Padre Pío de Pietralcina, la madre Teresa de Calcuta, María
Faustina Kowalska, Maximiliano María Kolbe y un largo etc. 1006
canonizados o beatificados por "la Iglesia" la Iglesia católica y miles
más, católicos o no, que llevaron una vida basada en los principios de
amor, bondad, paz y sacrificio, propio de las almas que creen en la otra
dimensión y siguen sus dictados. Ninguno de estos hombres defraudó,
mintió o fue un falsario buscando su propio interés; al contrario se
sacrificaron por los demás y fueron fieles a su trayectoria aún ante la
misma muerte. En ellos no hay rastros de fanatismo, intolerancia o
intencionalidad de imponer por la fuerza su creencia; eran libres y
“hacían” libres a quienes les seguían; creían en las palabras del “Hijo
del hombre: “Amaos los unos a los otros”. “La verdad les hará libres”.
“Quien quiera, en efecto, salvar su vida la perderá, pero quien pierda
su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De que le sirve al hombre ganar
el mundo entero si pierde su vida?” (Mateo 16-25,26). Esta es la verdad
cristiana, no toda, pero si verdad; los hombres y mujeres que creyeron y
vivieron, hasta sus últimas consecuencias, esta verdad, nos muestran el
camino hacia la verdadera dimensión del hombre que no está en ninguna
de las teorías o pensamientos humanos, sino en las “palabras” que Dios
dirige a los hombres. No todas las religiones son iguales, todas buscan,
pero no todas encuentran, la realidad del Ser es demasiado grande para
nuestro entendimiento; sólo la potencia del Ser de Seres hace, al
“hablar” al hombre, cauce de verdad en nuestro espíritu. Pero la verdad
se nos escapa en el diario correr de los instantes y, aunque la vivamos y
conozcamos, es sutil y se espanta fuera de nuestros entendimiento,
cuando la “herimos” con nuestras dudas y debilidad: “El espíritu está
pronto, pero la carne es débil”, (Jesús de Nazaret). El conocimiento de
fe, en su vertiente religiosa, tiene (como ya se ha dicho antes) dos
dimensiones bien definidas: cuando el hombre busca a la divinidad y
cuando está “habla” y se revela al hombre. La búsqueda de la divinidad
por el hombre, se pierde en la noche de los tiempos humanos. Se han
hecho dioses de todo tipo: interpretaciones de la divinidad, basadas en
las fuerzas naturales; en las potencialidades humanas engrandecidas; en
el pensamiento filosófico y en la potencia mística del espíritu humano
que tropieza con el problema del bien y el mal que existe, también, en
ese mundo extraño a la materia creada. En este pródigo y enorme
“almacén” de la búsqueda de lo divino, hay religiones espiritualistas,
naturalista, panteísta, de misterios, de espiritismos, religiones
laicas, materialistas, y un largo etc. difícil de entender y enumerar.
Pero lo divino, mejor dicho, permanece, inalterable e inalterada, siendo
Realidad de la realidad y Ser del ser y los seres. Que nuestra potencia
de ser, lastimada por la “caída original”, no suela llegar a la
“visión” y “vivencia” de su dimensión, ni la quita ni la cambia, sólo
nuestro “capacidad de entenderlo” sufre las consecuencias. La otra
dimensión, donde Dios habla al hombre, es un asunto de fe y como se
dijo, sólo si la fe se cumple es válida. Pero la dimensión preferente de
la fe es la personal; la fe tiene su culmen en cada persona que la
acepta; no está en el aire de las ideas sino “encarnada” en cada ser
humano que acepta una determinada creencia como aquello que es la
“verdad”; la internalización en el espíritu de cada persona es lo que da
o quita fuerza a la fe. Las “ideas” de las “fes” son tantas como
religiones o creencias hay en los hombres, distinguiéndose por la
realidad de ser que ellas “invocan” y sobre todo por la concretización,
en términos de realidad de ser, de sus creencias. La verdadera fe es tan
grande como la dimensión que Dios tiene; pero la limitación de ser de
los humanos, no puede abarcar ni imaginar toda la dimensión que el Ser
de seres posee, luego las verdades de fe son adquiridas y adheridas de
acuerdo a la capacidad de cada uno y han sido “dadas” teniendo en cuenta
nuestra dimensión de ser. ¿Cuál es la verdadera fe? Aquella donde las
realidades que enuncia se cumplen todas sin que ninguna deje de
cumplirse. Este es el requerimiento de una fe verdadera, aunque algunas
“fes” enuncian “verdades”, el tiempo, donde se realizan sus promesas,
tiene la última palabra para determinar la verdad, en términos humanos,
de la realidad de una fe. Jesús-Cristo lo enuncia cuando dijo: “el cielo
y la tierra pasarán pero mis palabras no pasarán” (Lc 21-33), (Mateo
24-35), (Marcos 13-31); “ni una “I” o tilde de la ley pasará hasta que
todo se haya cumplido” (Mateo 5-18). ¿Se han cumplido las promesas del
cristianismo? y ¿Se han cumplido las promesas de las otras religiones?
Para responder a esto sería necesaria toda una revisión e historia de
las diferentes religiones que, al menos, han tenido más influencia en la
historia humana; pero tal trabajo no entra en el presente escrito. La
respuesta más concisa es la permanencia entre los hombres de la religión
que acumula más años desde su fundación: el judaísmo o religión de los
hebreos: empezó su “marcha” con Abraham unos 1700 años antes de la era
cristiana (no hay un consenso definitivo) y todavía perdura viva y
actuante. El cristianismo, es la promesa cumplida del Mesías que la
religión hebraica anunciara y que el judaísmo no aceptó ni acepta como
tal. Ninguna religión, de las miles que hubo, ha permanecido actuante y
con tal fuerza durante tantos siglos.
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