La única “religión” que se ha adaptado y evolucionado en un tiempo
similar al de la religión hebraica es el Hinduismo. Pero al contrario de
aquella, el hinduismo, no es sino la búsqueda continua de una
liberación del “karma” a través de las épocas; y su fe en la divinidad ha
ido evolucionando, desde unos dioses o espíritus naturales o del estilo
griego, hacia una entidad única, a veces panteísta; otras energía pura y
abstracta; algunas veces politeísta y aún otras idólatra; hasta llegar a
la idea de un Dios único que “jugando” hizo todo lo existente; es
decir: la “religión” hindú es una búsqueda de lo divino y una mezcla de
casi todas las formas en que el hombre, tratando de encontrar la verdad
espiritual y la “esencia” de Dios, ha podido pensar; no es una
“religión” revelada. Su fe no es de promesas, es de liberación y
búsqueda de aquello que pueda conducir al hombre a la unidad con el Ser
Espiritual autor del mundo. Por lo tanto, no sabe si lo propuesto se
cumple o no, sólo lo determina y cree. Es un camino ciego, donde la fe
se mantiene por la ignorancia de muchos y la continuación religiosa de brahamanes y sadhus;
el nacionalismo de los hombres al considerar su religión la mejor de
todas; y, sobre todo, por la tradición de los milenios donde se ha
desarrollado. Pero no hay que olvidar la conciencia “mística” de ese
pueblo, que tiene sobrados motivos para reclamar su “contacto” con la
divinidad a través de muchos de sus “santos”, quienes, según lo
divulgado, consiguieron llegar a la unidad buscada con lo divino; y,
esto, nosotros no lo debemos negar “a priori”; pues: “El espíritu sopla
donde quiere” (Jn 3,8); “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y
se os abrirá; porque todo el que pide recibe; el que busca halla; y al
que llama, se le abrirá” (Mateo 7, 7-12). El caso más evidente de ello
es Buda, quien “encontró” la “iluminación” bajo el árbol y dejó una
estela de bondad y ascesis que perdura hasta nuestros días. Dios, es
Dios de todos los seres humanos que vivieron, vivimos y vivirán; y es un
Dios que nos hace hijos por amor de su hijo Jesús; así, aún en términos
cristianos, la búsqueda sincera de lo divino siempre deberá llegar al
final deseado: Su encuentro. La fe tiene una faceta sicológica donde la
persona cree y se convence de algo y esa “fuerza” de convicción hace que
lo deseado suceda, aunque no siempre. A su vez esta “fuerza” tiene dos
direcciones, entre otras, las cuales determinan el fin de lo querido: la
primera, es hacia las cosas materiales, triunfo, deseos de goces
materiales, riqueza y un largo etc. y segundo, la dimensión de lo
trascendente donde se mueven resultados inesperados y muchas veces
insólitos. A una la mueve el egoísmo, el orgullo o la necesidad; a la
otra el altruismo, la bondad, o la caridad. La primera es para uno
mismo, la segunda se dirige a los demás. La fe para beneficio propio se
agota rápidamente; la dirigida a los otros, crece en la medida en que se
ejerza con rectitud de intención y dentro de los parámetros
espirituales adecuados, a la realidad de ser que nos rodea y nos forma.
La fe es fuerza de vida; pues, cuando se “une” al Ser que ES, tiene
contacto con la potencia infinita de Él y puede hacer “lo que quiera”
siempre dentro de lo que es forma perenne de Dios. “Dios es Amor” dice San
Juan en el evangelio, dando así, la más completa definición del Ser de
seres que sea posible. Pero, la unidad de la fe con el Ser que Es, no es
un camino fácil: se necesita la renuncia a toda la panoplia de vicios,
costumbres, hábitos y hechos adquiridos o hacia los que tenemos inclinación;
para llegar al “hombre nuevo” donde el espíritu se imponga sobre la
materia y, así, esta no ponga obstáculos a la visión de la realidad que
subyace más allá de nuestros parámetros materiales. La realidad que nos
rodea, la cual no “vemos” y que está en nosotros; es la realidad primera y
absoluta; la de aquí es limitada, limitante y excluyente. Somos y todo
es por la primera, la segunda, la material, es propia de las formas
finitas y cambiantes, donde todo termina y empieza una y otra vez en una
dinámica de vida y formas que se suceden y evolucionan mediante el
tiempo y el espacio. Ambas son realidad de ser, pero, la material es
sumamente inferior en todo a la otra. Pensar en la realidad material
como un ser hecho en si mismo y por si mismo es estulticia, deseo de no
pensar o imposibilidad personal de ir más allá de lo que se “ve”, dado
el inmenso e infinito despliegue propio del Ser.
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