El
cristianismo es religión de VERDAD, de REALIDAD y de VIDA. Tiene la
impronta de Dios y será preservada por Él hasta el final de los
tiempos.
Ahora
bien, ser cristiano es una elección, ayudada por la fe; otra cosa es
la doctrina cristiana donde la profundidad, el alcance y la
infinitud, nos depasa de manera infinita. El cristiano vive de la fe,
pero cada cristiano asume la fe a su “manera” de acuerdo a su respuesta a la gracia que Dios le concede; es decir en la
medida, la profundidad y el carisma que le da el Espíritu Santo. Esto es
susceptible de mayor o menor profundización, en una escala sólo
conocida por Dios y que “marca” la dinámica de vida interior y
espiritual de cada uno. El cristianismo es a la vez una religión
personal y comunicacional o comunitaria, en la medida de la
aprehensión, mayor o menor, de la realidad de Dios y de la vivencia
interna de su AMOR. Cuando se vive en la dimensión de Dios, en el
“REINO DE DIOS” la perfección del amor se manifiesta en el amor
a los “próximos”, a los pobres, los oprimidos, los necesitados,
los enfermos y hacia todos y todas las personas, pues ninguno de
nosotros escapa a la necesidad, el dolor, la carencia de afecto y la
muerte del cuerpo, cuando no del espíritu, por la lejanía
voluntaria de la dimensión que Dios nos otorga y quiere que vivamos.
Somos los pobres de Dios y necesitamos de Él a cada instante de
nuestra vida, aunque creamos ser ricos en cosas y no necesitar de su
ayuda (la Gracia).
La
dimensión del Ser que ES, es tal que solamente mediante el amor la
penetramos. Podemos comprender con la inteligencia racional e incluso
con ciertas intuiciones, la grandeza de su realidad; pero es amando
en verdad, que podemos tener una visión más propia y profunda de
Él. El cristianismo enseña como es Dios, evidentemente no en su
realidad total de SER, lo cual es imposible para cualquier criatura,
sino en las realidades que Él quiera mostrarnos; y así hacernos
entender una pequeña parte de lo que Él ES. El infinito se vuelve
compañía y viviremos en Él, por ÉL y para Él, por toda la
eternidad, si seguimos su camino: “Yo soy el camino, la Verdad y la
Vida” (Jn 14, 6-14) “El que crea en mí aunque haya muerto
vivirá” (Jn 11, 25).
El
cristiano vive en la fe, por la fe y para Dios; pero no es una fe sin
fundamentos reales, si así fuera no serviría, como no sirven todas
las dimensiones de una religión que estén fundamentadas en
criterios humanos, debidos a las “creaciones racionales” de seres
poseídos de si mismos, de su potencia de ser, de su superioridad
racional y tantos otras definiciones de vida que pretenden excluir la
fuente de donde todo surgió y que “riega” con su fuerza nuestra
permanencia en el ser. La fe cristiana es fe de origen divino, “nadie
va (llega) al padre sino por Mí” (Jn 14, 6). Nuestra fe ha sido
probada en las más duras condiciones posibles, no la mía personal,
la fe cristiana en general y de estas pruebas ha salido, como el oro
del crisol, depurada y lo seguirá siendo hasta que el tiempo se haya
cumplido y vivamos todos y cada uno en la dimensión del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo.
No
hay pruebas científicas concluyentes de la realidad de la
trascendencia humana y menos de la existencia de las verdades que las
religiones, principalmente la cristiana, evidencia. Por dos causas:
La
fe, la creencia en Dios, supone la aceptación de nuestra
contingencia que es la gran verdad negada.
Las
corrientes de pensamiento racionalista, marxista, cientificistas,
hedonista, etc. han creado una manera de pensar del aquí y ahora
tremendamente dominantes en la realidad actual de las sociedades y
las personas.
Pero
cuando existe en algunos hombres, en realidad muchos, la potencia de
reflexión suficiente para llegar y vivir en la verdad de lo que es,
se puede sentir, ver y pensar en aquello que depasa ciertamente la
racionalidad excluyente y rampante en la cual nos han incrustado.
Somos
los presentes, los de ahora, los que estamos en la realidad de este
tiempo; más tarde, cuando mi tiempo pase y el tiempo de muchos de
ahora, también haya pasado, como ya ha fenecido los tiempos de las
personas que nacieron a mediados o casi finales del siglo XIX. Cuando
se nos acabe, que acabará, los segundos de presente que ahora
tenemos y los cuales no vuelven. Cuando ya no existamos en esta
dimensión: ¿Quién dirá, verdaderamente donde estamos? Según
unos, en ninguna parte; según otros no importará; pero según los
cristianos nos esperan una de las tres dimensiones: el purgatorio, el
cielo o, desgraciadamente, el averno. La primera transitoria, pero
las otras dos eternas. ¿Seremos conscientes de la realidad donde
estemos? Negarlo se puede negar mientras estemos aquí; pero ¿por
qué tener la dimensión que poseemos, si no tenemos vida después de
esta vida? Si morimos y desaparecemos somos sólo animales; pero si
así fuera ¿cómo se justifica la diferencia entre nosotros y los
grandes simios con los cuales compartimos un 98%, más o menos, de
nuestro código genético? La diferencia en los pensamientos, obras y
deseos entre ellos y nosotros es inmensa, ¿justifica ese 2% tal
diferencia? No hay algo de otra dimensión en nosotros que pueda
evidenciar, racionalmente, esta distancia? Es fácil hablar,
establecer raciocinios más o menos claros, para justificar la no
existencia de la parte espiritual en nosotros; pero es demasiado
infantil el negar la inmensa evidencia que nos muestra como seres que
compartimos otra dimensión de realidad distinta a la material.
Veamos algunas de ellas:
Las
ideas abstractas conceptuales.
Las
ideas científicas válidas en general.
Las
dimensiones místicas de muchos seres humanas a través de la
historia.
Las
manifestaciones de milagros y hechos sobrenaturales investigados, en
muchos casos, por los científicos que no tienen solución racional
lógica.
Las
miles de evidencias de vida después de la vida.
Y
muchas otras evidencias que no aceptamos y negamos, la mayoría de la
veces gratuitamente.
Hay
un “mundo” del pensamiento que rechaza la trascendencia humana
gratuitamente y ese “mundo” ataca a cualquier religión, más a
la cristiana, por decir que la trascendencia humana es un hecho y
negarla no conduce sino a la destrucción de los hombres; pero a
ellos no les importa pues mantienen el “realismo” de lo sensible
como única realidad, muy marxista por cierto, en la vida humana. Los
pensamientos e ideas racionalistas están de moda y negar cualquiera
puede negar todo, pero la realidad es terca y vuelve una y otra vez a
imponer sus derechos.
El
cristianismo es la religión donde la idea de Dios se expresa con
mayor plenitud. Sobre todo en el catolicismo. Y su petición de vida, costumbres y acciones, está
depurada de acuerdo a la dimensión que Él quiere y tiene. Sus
largos años de “maduración” doctrinal, su experiencia en y de
lo humano, sus místicos, doctores, pensadores y grandes santos de
los pobres, los humildes, los necesitados; los educadores, los
constructores de la “cáritas” en todos los ordenes de la vida
humana: forman una plataforma inmensa donde resplandece la Verdad de
una forma de pensar, sentir y vivir en la dimensión de Dios.
El
cristiano, repito, es hombre de fe y ella lo eleva a la dimensión
donde “reside” la Divinidad.
La
santidad pedida por Dios a cada uno de los cristianos y por ende a los hombres que viven en, por y para la
Iglesia, no se realiza aquí, dada la fragilidad de la condición
humana, pero la ayuda (gracia) de Dios nos es dada en cantidad,
calidad y cercanía más que suficiente para que todos logremos la
dimensión que Él quiere que vivamos. La santidad pedida es la
imitación, transformación y unión con Dios mediante la asimilación
de la identidad de la manera de ser, de pensar y de actuar de Jesús,
hijo de Dios y paradigma de su forma de ser.
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