CAPÍTULO 9
EL SER ESPÍRITU Y MATERIA
La “escalaridad”
del proceso material tiene una razón de ser: es la formación de un ente que
acerque y una las dos dimensiones de seres creados; a saber: los espirituales y
los materiales. Los seres espirituales no tienen escalaridad, en sentido de la escalaridad material, tienen diferentes grados de potencia de acuerdo a su cercanía con Dios. Fueron creados
con todas las potencias integrantes de su magnitud de ser en un solo acto
creador; su posibilidad de perfección está dada por el nivel de conocimiento de
la realidad del Ser de seres a la cual pueden llegar y su dimensión de ser no
cambia, por lo tanto, sino que se une cada vez más a Dios en la perfección de su
sabiduría; y como Dios es infinito nunca podrán acceder a totalidad del
conocimiento del Ser que ES, dado que ellos son limitados. Pero en lo material
la unión con lo espiritual y la realización
“in tempore et spatio” de la escalaridad, constituyen un camino inédito en la
creación. Nada es tan perfectamente pensado y realizado como la génesis de lo
creado. Todo encaja de manera sucinta e increíble para lograr la realización de
esta inmensa “opera” de vida y formas. Nuestra captación cognoscible de esa
realidad es sólo de su superficie y los fines a los cuales conduce. Su génesis
y la inmensidad de sus actos son procesos que siempre estaremos descubriendo.
La realidad de la
creación material lleva a la unión de la materia y el espíritu, para así
“redondear” la totalidad de lo creado. El espíritu es lo superior y lo
material, mediante la escalaridad, aspira a la máxima perfección posible y ésta
es la unión entre las dos tendencias de lo creado. Pero para realizar el
proceso se necesitaba la paciencia, miles de millones de años, medida
terrestre, de paciencia. Pero al fin cuando los tiempos fueron propicios, el
espíritu se unió a la materia en un ser que conocemos porque somos eso:
hombres.
Nada es más
entrañablemente humano que las dimensiones de unidad, entre lo espiritual y lo
material. Ahí la creación haya su culmen y su realización total, pues es en ese
pequeño punto del universo, donde confluyen las tendencias de lo creado. Y aún
más, es ahí donde lo divino, lo más alto, lo más sublime y eterno de lo
espiritual, toma figura de hombre en Jesús, Dios y hombre verdadero. Él lo dice
de si: “quien me ha vista a mí ha visto al Padre, pues el Padre y yo somos lo
mismo” (Jn 14, 9). La unidad es total en la dimensión de Dios hecho hombre.
Esto que parece una cuestión de fe, no lo es tanto, si se ve desde la dimensión
de la totalidad y no desde las partes.
Por eso era necesario que la escalaridad de las formas, tuviera su desarrollo
hasta llegar al hombre, ente espiritual y material a la vez. Pues allí se
cumpliría el culmen de la creación. Y todo sería “redondeado” es decir,
volvería al “origen”.
La creación es obra
de una Inteligencia de una Voluntad y de un Deseo de expandir el amor, por eso
el sentido último de lo creado tiene su realización plena en el amor. Es así
como todas las referencias en Jesucristo al amor, llenan las páginas de los
evangelios y el mandamiento más alto y sublime es: amar a Dios sobre todo y a
los demás, los más próximos, como a uno mismo. Está siempre el amor llenando, enalteciendo
y otorgando la dimensión más grande a la que lo creado y nosotros como
criaturas, podemos aspirar.
Sin eso no hay
explicación posible a la dimensión que el universo material tiene, a la
realización de la vida y al espíritu del ser humano. Si no se interpreta bajo
la estela del amor nada parece tener sentido y lo material serían sólo “cosas”
sin más transcendencia que la duración de sus formas.
La vida es, la vida
sigue, la vida impregna la materia de una dimensión de plenitud y el espíritu
humano, completa la realización del elemento supremo como culmen de aquello que
se puede dar en lo material.
Esa es la necesidad
del ser humano, ahí reside el “por qué” del hombre; en la capacidad libre de
amar está la respuesta a los “porqués” somos lo que somos, sentimos lo que
sentimos y actuamos como actuamos. La única dificultad, en esta clara
conceptualización del hombre, es el mal. Pero su explicación reside en el mismo
don otorgado a los seres espirituales: la libertad. El amor requiere libertad;
el amor no puede proceder del instinto; el amor es voluntad de aceptación libre
y espontánea del ser amado, aún bajo circunstancias incomprensibles para el ser
que quiere amar. Por eso la libertad requiere ser probada, sin la prueba no
habría libertad total o consentida, no se sabría si se ama porque no se puede
hacer otra cosa y eso sería el instinto o se ama porque se quiere, pese a todo,
libremente amar.
La mirada del
hombre sobre lo creado está plagada de antropomorfismo e intereses
racionalizadores, donde se trata de ensalzar el papel del ser humano en la
génesis de las cosas, mediante el conocimiento que tiene de ellas; pero esto es
vanidad y soberbia, pues sólo sabemos y hacemos una ínfima parte de lo que es y
ello con raciocinios generalizadores e incompletos; así mismo hacemos formas de
las cosas utilizando los seres que ya son, tanto físicos como vivientes, en una
continua “copia” reformada de lo que ya existe. Si bien las tecnologías han
alcanzado y alcanzarán grados de perfección desconocidos por la naturaleza, no
hay que olvidar que el ser humano es producto de ella y su pensamiento forma
parte de lo creado. Aún más, las formas son lo que les permite su forma, elementos de lo creado, formas del continuo de lo material o de lo
biológicamente alcanzado por la evolución natural. La posición de los últimos
siglos, donde la razón se convirtió en diosa de la medida de la dimensión de
todo, (recordando a Protágoras: “el hombre es la medida de todo” y
retrocediendo en la forma de pensar mas de dos milenios), es sólo la no
compresión de la medida real de lo humano en consonancia con lo que es, nos
rodea y nos forma.
El ser espíritu y
materia que somos todos y cada uno, conlleva la responsabilidad de la libre
escogencia de las posiciones “voluntarias” de cada uno, de acuerdo a uso y
abuso de su libertad. Esto implica una continua “lluvia de desechos”
espirituales y físicos, constituidos desde la génesis primera del hombre, que
forma la inmensa “placa negativa” de voliciones formadoras de lo que llamamos
mal, en nuestro contexto humano. No sólo el mal está en nosotros, por genética,
responsabilidad personal o imposiciones sociales que aceptamos por
conveniencia, sino por el continuo azote de la voluntad esclavilizadora de
seres espirituales que inducen a hacer el mal, por odio al bien, la verdad y el
amor. Neguemos o afirmemos esta realidad, la unidad plena de lo creado está
siempre actuando en conjunto, en la naturaleza y el hombre y no es SEPARABLE ni
puede ser dejada de lado, cosa que nuestro pensamiento, por conveniencia y
falta de profundizar en la verdad de todo, hace de múltiples maneras. Así, en
cada “próximo”, realidad social o formas de pensamiento, se fragua la dimensión
de voluntad hacia la verdad, el bien o el amor, en una escala diferente en cada
uno, dependiendo, también, del tiempo de vida y de la “metanoia” (cambio) de
cada instante de nuestro pasar por el
tiempo o, de la misma manera, la dimensión contraria, en iguales circunstancias,
de acuerdo a nuestras decisiones en lo instantes continuos de nuestras existencias.
No hay caminos a
los lados, no hay otra dimensión alterna ni otros “dioses” ni otros rumbos; la
tendencia es a ampliar lo conocido, no a descubrir una realidad totalizadora
desconocida. Sólo la riqueza de lo conocido nos muestra los inmensos senderos
por conocer. La realidad del TODO ha sido percibida, pero su riqueza,
extensión, profundidad y Verdad es y siempre será en su totalidad, desconocida.
Somos pequeños seres abiertos a una dimensión infinita en todos los sentidos.
Todo nos empuja a conocer, pero todo nos dice que nada es suficiente para desvelar
la totalidad del misterio.
Recoger el fruto de
la inmersión de millones de seres en la cromática del conocimiento y hacer con
ellos realidades visibles en formas no conocidas por la naturaleza en si misma:
es nuestra tarea, nuestro aporte a la creación continua e inacabada de lo
humano; nuestro pequeño fuego a la inmensa llama del saber y nuestro camino
hacia el infinito del Ser y de la Vida. Ello,
si es sincero, honesto y verdadero nos abre las puertas del Amor y muestra el
camino hacia los espacios más sublimes que esperan a la humanidad en su marcha
hacia el Bien, lo verdadero y lo eterno.
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