El
conocimiento, en el ser humano, tiene etapas y extractos, como hemos
tratado de mostrar; pero la realidad que sustenta la materia y la vida,
subyace, paralela y, sin embargo “distante”, a nuestra vivencia de la
realidad material donde somos, vivimos y nos movemos. La verdadera e
infinita realidad que permite el ser de los seres y de las cosas: nos
acompaña, pero no la “sentimos” ni creemos en ella; sentirla significa
“descubrirla”, actuante y real, en la realidad material; sea mediante
nuestros sentidos físicos; sea por los elementos sensibles que “acercan”
la “realidad de ser” en la materia, al conocimiento humano; ósea a
través del análisis y los “aparatos” científicos. Para una gran parte de
los hombres que vivimos en este mundo, la dimensión de la realidad
espiritual es desconocida, ignorada o despreciada; ni les interesa ni
les atrae, aun cuando se sabe que aquí no permanecemos; y, es más, aún
comprendiendo la transitoriedad de la vida material en el planeta;
vivimos ignorando estos parámetros de nuestra realidad, en un continuo
engaño a nosotros mismos y a los demás, haciendo “raciocinios” falsos y
falaces que “amortigüen” el enfrentamiento a nuestra verdadera condición
de ser; pues somos un ente “fabricado” por la energía material, en su
forma física, pero “en simbiosis” con una dimensión “espiritual” y trascendente a la materia que une y enlaza las dos dimensiones, como
requerimiento de la completitud buscada por la “extensión” de totalidad
del Ser.
El
otro determinante de la “forma sustancial” del ser humano: la
espiritual, tiene ciertas características que no se dan en la parte
material del ser. En esa dimensión, la “destrucción” de las formas
materiales ante el continuo cambio de los elementos que las constituyen,
no se produce; pues, su estructura de ser, está formada por otra
dimensión de la “energía” que recibe el nombre, ya dicho, de
“espiritual”. Esta energía, es permanente en el ser, cambia y puede
perfeccionarse, pero no desaparecer; continua siendo ella misma, pues
está determinada, en la “esfera” del ente, por un “yo” personal, único y
exclusivo que la compone e informa; es un ser substancial, inmortal,
viviente, con pensamiento, sentimientos, “visión” y conocimiento de las
otras realidades, aún de las formas materiales, animadas y no animadas.
La”
situación” de este “yo”, en nuestro cuerpo material, es una incógnita
que no se puede dilucidar fácilmente; normalmente “lo sentimos” a nivel
de los ojos en la cabeza; pero en realidad está donde se sitúa su
“atención vital”, es decir, allí donde se concentra nuestra “percepción
de algo”. El “yo” no es, sin embargo, el “ego”; este, está formado por
las definiciones del “yo” ante las experiencias vitales. El “ego” es
consecuencia del “yo”, creación de adaptación a las circunstancias. El
“yo” es algo que no podemos definir y tan sutil, delicado y
aparentemente “frágil” que “estar” en él, resulta difícil e inconstante.
Pero es “vida”, es totalidad de ser en nuestra dimensión de lo que Es.
Cuando se “percibe”, su dimensión vital es tal que nos sentimos
”penetrados” de una manera de ser completa, alegre, sabia e infinita que
trasmite paz, amor, comprensión y luz. Se llega a él por un “pasillo de
espejos azules”, para describir, de alguna manera, el “camino” que
envuelve la llegada al “misterio”; pero que es sumamente real, más real
que cualquier otra cosa pensable o sentible. Sin embargo hay que
considerar que existe una “separación” entre el “yo”, mi yo consciente y
el pensamiento-lugar donde se “penetra”; es como si “yo” me sumergiera
en una dimensión de plenitud donde uno se encuentra “muy bien” y no
quiere salir de ella; pero dura poco, la atención se pierde y la
plenitud se va. Pero es mi “yo” a donde llego o es la plenitud del Ser
que reside en nosotros la que “veo”. Esto no lo he podido dilucidar
bien, me inclino a pensar que es “el Espíritu que habita en nosotros”
(Rom 8, 9-11) y nuestro “yo” entra en la estancia donde Él reside. Y
aquí está el misterio; pero ¿cómo comprobarlo? : viviéndolo, ¿y cómo
vivirlo?: amando la verdad; y ¿quién es la Verdad? : “Yo soy el camino, la Verdad y la vida” (Jn 14, 6-14) Él es la Verdad y no hay otra fuera de Él. Todo esto lo mueve la fe, pero tiene una comprobación que es la vivencia personal de ello.
Decía Santa teresa de Jesús: “Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento”. (Pierre Boudot, Vida de Santa Teresa, cap. XXIX). Evidentemente
mi experiencia no llegó a esa profundidad vital, pero si tuve
conocimiento de una dimensión que llenaba mi ser de una plenitud tal que
no quiero vivir sino para volver obtener lo que “sentí” y eso se me ha
“escapado” por años y no se si, alguna vez más, lo podré volver a vivir.
Lo normal es que estas experiencias no se den, salvo en personas que lo
buscan con “sincero corazón” y en ciertas circunstancias especiales;
pero está ahí y es real, más real que la realidad perceptible a nuestros
sentidos.
El
conocimiento místico no es lo mismo que la vivencia mística; el primero
es la simple persuasión de que dicho conocimiento existe y es una
realidad en la dimensión humana la cual algunos conocen. La otra, es
“algo” que sucede entre un ser humano y la dimensión que está más allá
de las formas materiales, vitales y de la energía física: donde la
realidad tiene otros parámetros y es perenne. Pero en esa otra
dimensión, también existe el bien y el mal; aunque, el Bien, es
infinitamente superior y total con respecto a los entes que hace o
tratan de hacer lo contrario. Cuando alguien “entra” en esa realidad de
ser, la parte “negativa” puede también “surgir” y “tocar” al ser humano
que “penetra” en ella. Sin embargo la dimensión de lo Bueno “arrasa” con
toda oposición, si la persona está y tiene la “fuerza” y “asistencia”
del Ser que Es por sí mismo. Lo que pasa en caso contrario me es
desconocido; pero supongo que nada bueno sale de esa dimensión contraria
al bien. Algunas manifestaciones de esto nos han llegado por la voz de
los místicos.
Dice Santa Teresa de Jesús:
"Una
vez, estaba en un oratorio y se me apareció hacia el lado izquierdo el
demonio de muy abominable figura, en especial le miré la boca, porque me
habló y la tenía espantable. Parecía que le salía una gran llama del
cuerpo. Yo tuve gran temor y me santigüé como pude y desapareció, pero
tornó luego. Por dos veces me acaeció esto. Yo no sabía qué hacer; tenía
allí agua bendita y la eché hacia aquella parte y nunca más tornó. Otra
vez, estuvo cinco horas atormentándome con tan terribles dolores y
desasosiego interior y exterior que no me parece se podía ya sufrir...
Vi junto a mí un negrillo abominable, regañando como desesperado... Eran
grandes los golpes que me daba sin poderme resistir en cuerpo, cabeza y
brazos. No me atrevía a pedir agua bendita para que (las monjas) no
tuvieran miedo y no supieran lo que era... Pero como no cesaba el
tormento dije: si no se riesen, les pediría agua bendita. Me la trajeron
y me la echaron a mí y no aprovechaba; la eché hacia donde él estaba y
al punto, se fue y se me quitó el mal... Una noche pensé que me ahogaban
y, en cuanto echaron agua bendita, vi ir mucha multitud de demonios
como quien se va despeñando... Una vez, estando rezando se me puso (el
diablo) sobre el libro para que no acabase la oración. Yo me santigüé y
se fue. Tornando a comenzar, volvió. Creo que fueron tres veces que
comencé y hasta que no eché agua bendita no pude acabar" (Vida 31).
A
SAN JUAN BOSCO también le hizo sufrir mucho. Lo despertaba por la
noche, gritándole fuerte al oído, le tiraba sus papeles en los que
escribía "Lecturas católicas", le quitaba las mantas de la cama y, en
una ocasión, hasta le prendió fuego. A veces, sentía un peso enorme
sobre sí que le impedía respirar y se le presentaba como un horrible
monstruo. Él lo rechazaba con la señal de la cruz, el agua bendita y
haciendo penitencia frecuentemente.
SAN
PÍO de PIETRAlCINA (1887-1968), Primer sacerdote estigmatizado,
capuchino italiano, tenía una guerra sin cuartel con el diablo, a quien
llamaba "cosaco" o "Barbazul". Lo asaltaba con tentaciones de las más
atroces, con ataques violentos, incluso físicamente, y con insidias de
toda clase. En una carta, le escribía a su director el Padre Agustín:
"La otra noche la pasé muy mal. Desde las diez de la noche hasta las
cinco de la mañana, el diablo no hizo otra cosa que golpearme. Me ponía
pensamientos de desesperación... Cuando se fue, sentía un frío intenso
en todo mi cuerpo, que me hacía temblar de pies a cabeza... Desde hace
varios días viene a visitarme con otros más, armados de bastones y
barras de hierro. Quién sabe cuántas veces me ha tirado de la cama y me
ha arrastrado por la habitación... A veces, permanezco así incapaz de
moverme, pues me ha quitado hasta la camiseta y, cuando hace frío, me
congelo... Cuántas enfermedades debería haber contagiado, si el
dulcísimo Jesús no me hubiese ayudado. Había veces en que le tiraba las
cosas de la habitación y le desordenaba todo, le decía palabras
obscenas y esparcía un olor nauseabundo·.
Éste es otro testimonio del Padre Pío: "Un día, mientras yo estaba
oyendo las confesiones, un hombre vino al confesionario dónde yo estaba.
Él era alto, guapo, me vistió (bien vestido) con algo de refinamiento y era
amable y cortés. Comenzó a confesar sus pecados; los cuales, eran de
cada tipo: contra Dios, contra el hombre y contra las morales. ¡Todos
los pecados eran molestos! Yo estaba desorientado, por todos los pecados
que él me dijo, yo respondí. Yo le traje la Palabra de Dios, el ejemplo de la Iglesia,
las morales de los Santos, pero el penitente enigmático se opuso a mi
palabras justificando, con habilidad extrema y cortesía, todo tipo de
pecado. Él vació todas las acciones pecadoras y él intentó hacer normal,
natural, y humanamente comprensible todas sus acciones pecadoras. Y
esto no solamente para los pecados que eran repugnante contra Dios,
Nuestra Señora, y los Santos, él fue Rotundo sobre la argumentación,
pero, que pecados morales tan sucios y ásperos. Las respuestas que él me
dio con la delgadez (agudeza) experimentada y malicia me sorprendieron.
Yo me pregunté: ¿quién es él? ¿De qué mundo viene él? Y yo intenté
mirarlo bien, leer algo en su cara. Al mismo tiempo concentré mis oídos a
cada palabra, para darle el juicio correcto que merecían. Pero de
repente; a través de una luz vívida, radiante e interior yo reconocí
claramente quién era él. Con autoridad divina yo le dije: diga……. "Viva
Jesús por siempre" "Viva María eternamente" En cuanto yo pronuncié estos
nombres dulces y poderosos, Satanás desapareció al instante en un goteo
de fuego, mientras dejaba un hedor insoportable".
Por
otra parte, cuando la tentación se disipa y el mal deja en paz al alma,
sucede la maravilla de la visión de Dios, sin nombres ni palabras, sino
en una “visión” de plenitud y vida que no tiene parangón con nada de lo
material.
Así describe Sta. Teresa de Jesús una de esas visiones:
“No
es resplandor que deslumbre, sino una blancura suave y el resplandor
infuso, que da deleite grandísimo a la vista, y no la cansa ni la
claridad que se ve, para ver esta hermosura tan divina. Es una luz tan
diferente de la de acá, que parece una cosa tan deslustrada la claridad
del sol que vemos, en comparación de aquella claridad y luz, que se
representa a la vista, que nadie querría abrir los ojos después.
Es
como ver una agua muy clara, que corre sobre cristal, y que reverbera
en ella el sol, a una muy turbia y con gran nublado, y que corre por
encima de la tierra. No porque se le representa sol, ni la luz es como
la del sol; parece en fin luz natural, y esta otra cosa artificial. Es
luz que no tiene noche, sino que como siempre es luz, no la turba nada.
En fin es de suerte, que por grande entendimiento que una persona
tuviese, en todos los días de su vida podría imaginar cómo es…” (Vida. Cap. XXVIII.)
"Y
es tanto lo que se emplea el alma en el gozo de lo que el Señor la
representa, que parece que se olvida de animar el cuerpo. (...) No se
pierde el uso de ningún sentido ni potencia, pero todo está entero para
emplearse en Dios solo. De este recogimiento viene algunas veces una
quietud y paz interior muy regalada, que está el alma que le parece que
no le falta nada". (Vida)
"Y
como ve que aquella llama delicada que en ella arde, cada vez que la
está embistiendo, la está como glorificando con suave y fuerte gloria,
tanto que cada vez que la absorbe y embiste, le parece que le va a dar
la vida eterna, y que va a romper la tela de la vida mortal y que falta
muy poco para glorificarla esencial, dice con gran deseo a la llama, que
es el Espíritu Santo, que rompa ya la vida mortal por aquel dulce
encuentro, en que de veras la acabe de comunicar lo que cada vez parece
que la va a dar cuando la encuentra, que es glorificarla entera y
perfectamente". (Vida)
La “actitud” mística permite penetrar, al espíritu humano, en la dimensión donde “reside”
la realidad total y más válida del ser; allí donde está la plenitud de
la existencia y la vida; lo Real perenne e inmortal que hizo a todos los
seres: tanto los materiales como los espirituales. Pero en esa
dimensión hay una fuerza de mal, creada por seres que se rebelaron
contra el Ser que les dio existencia y tratan de hacer lo contrario de
la voluntad de bien que Él desea. Pero su potencia de ser no alcanza, ni
por asomo, a la potencia infinita de Dios. La libertad de estos seres
disminuye en la medida que van contra la verdadera libertad que sólo es
posible realizar plenamente, en concordancia y armonía con la libertad
absoluta del Ser que ES: “Sin Mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5b)
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